¡Salvemos a Puno!
Salvemos a Puno, o a Huancavelica, o a Apurímac, o a Ayacucho, y preferiblemente salvémoslos a todos en el sur del Perú. Y simultáneamente hagamos lo mismo con Loreto, y Madre de Dios, con Ucayali y Cajamarca, con Tumbes y Piura, con el norte y el oriente. Salvémoslos de ellos mismos y del efecto nocivo de una política económica que por décadas –sino siglos– los ha tenido en el olvido.
La narrativa del “milagro económico” –de treinta años de crecimiento económico y modernidad– difícilmente resonó más allá de los grupos Económicos tradicionales, la prensa acrítica al poder y a las narrativas del poder y a algunos organismos internacionales interesados en que se perpetúe la fábula del buen alumno.
La verdad sea dicha, es más bien un milagro que la narrativa del milagro económico se haya mantenido como un espejismo frente a la realidad de un país que en treinta años no pudo solucionar ninguno de los problemas estructurales que le aquejan, como son: la tremenda informalidad, en todo ámbito de cosas, pero especialmente el ámbito laboral; la asimetría en la provisión de servicios públicos de calidad que hace que hoy más de 3.5 millones no tengan agua continua ni de calidad, 7 millones no tengan servicios de desagüe, que millones carezcan de servicios de internet, o de salud pública básica y elemental, o de pistas seguras o de un mínimo de seguridad personal, expuestos indefensos a una criminalidad cada vez más desarmada.
En el Sur, esta narrativa del milagro, contrastada con una realidad pasmosa, es la principal razón del desencanto, y de la facilidad con que adoptan narrativas que contrastan con la experiencia específica no solo de la historia económica del Perú, sino con la historia económica del mundo.
Y solo en Perulandia puede sostenerse la narrativa inversa: la de que el gran culpable de la pobreza y del resto de males que nos aquejan es la empresa moderna, la que adhiere a las normas establecidas en el marco de una economía social de mercado, y que la solución la trae el Estado omnipotente, omnipresente, burocrático y elefantiásico, con sus maravillosas empresas públicas tales como Corpac, Petroperú, Banco de la Nación, Sedapal o las EPS municipales dizque proveedoras de agua. Ni en la tan admirada China es el Estado el responsable de la transformación económica y social del país. Lo es su cada vez más poderoso sector privado.
Por eso urge salvar a Puno y al resto de regiones del país, engañadas por ideologías que no solo miran a lo peor del pasado, sino que comprometen de manera implacable la construcción de un futuro digno y próspero. Para ello debemos empezar por echar a un lado la narrativa del milagro económico que no fue más que un espejismo y comenzar a construir un país fuerte, vigoroso, de gente progresando en todos los frentes. La tarea comienza hoy: Salvemos a Puno y por extensión, a todo el Perú.
(*) Congresista de la República
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