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San Vicente de Paúl y la caridad universal

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Fecha Publicación: 26/09/2025 - 20:50
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Hace 365 años como hoy, el 27 de setiembre de 1660, murió San Vicente de Paúl (1581-1660), el santo que ha expresado en la historia de la Iglesia Católica, el mayor imaginario religioso de la virtud de la caridad, volviéndola global y trascendente más allá las fronteras de Francia, con enorme impacto en la política internacional de su época. La Congregación de la Misión de Padres Vicentinos que fundara este emblemático santo francés, en 1617, llevó adelante la tarea de la evangelización de los pobres y entre éstos, de los más pobres. No existe, a mi juicio, ninguna figura de la Iglesia, en sus más de 2000 años de existencia, que tenga mayores reportes en su tarea totalizadora y ecuménica por los más necesitados como la que llevaron adelante San Vicente y los sacerdotes que lo acompañaron a lo largo de su vida al servicio de los pobres, salvo en el siglo XX, Santa Teresa de Calcuta, que dio paso a la Congregación de las Misioneras de la Caridad en 1950. Ese mismo año de 1617 en que fuera creada la Congregación de la Misión, Vicente también fundó las Damas de la Caridad y en 1633, a las emblemáticas Hijas de la Caridad con Santa Luisa de Marillac (1591-1660), -entrado el siglo XIX, usaban una tocas denominadas cornettes, una suerte de alas o cuernos (cornes en francés) sobre la cabeza, que se puede apreciar en el afamado cuadro pintado por Henriette Browne, en 1859-, luego de la muerte de Margarita Naseau, víctima de una peste que asoló París y gran parte de Francia en el siglo XVII. Los vicentinos han prodigado su obra por el mundo entero. En 1858 llegaron al Perú, durante el gobierno de Ramón Castilla, los tres primeros misioneros y con ellos, 45 Hijas de la Caridad. Crecieron tanto que un siglo después, en 1955, fue creada la Provincia Peruana. Como gran parte de la acción de la Iglesia, los vicentinos han llevado su misión hacia la obra educativa, hallándose en Surquillo (Lima), Ica, Tarma y Chiclayo. Los tengo en mi retina y en mi vida desde que era monaguillo, luego catequista en la Parroquia San Vicente de Paúl de Surquillo, y, finalmente, profesor en el colegio vicentino contiguo, lugares donde crecí, aprendiendo junto a entrañables amigos comprometidos de mi generación, el carisma vicentino, siempre teniendo a los pobres y a los que menos tienen, como el centro de nuestra acción pastoral. Su obra silenciosa es extraordinaria y hay que relievarla. Se los ve en los asilos y en los hospitales, como practicaba San Vicente, confundido entre los enfermos de París, dándoles el aliento de Dios. Mi homenaje a la Provincia Peruana, y especialmente, a los sacerdotes que tuve por formadores en mi parroquia de Surquillo. Traigo a estas líneas al P. Emiliano Rodrigo Conde, que quise como a mi padre, que partió tempranamente a la Casa del Señor. En las ocasiones de pasar por la Av. Angamos, me apresuro en señalar el frontis del templo para la mirada de mis hijas, recordando los hermosos e imborrables momentos de esa dichosa etapa vicentina de mi vida.

(*) Excanciller del Perú e Internacionalista

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