Saywachallay rumi
En los Andes del Perú tenemos la sana costumbre de respetar a nuestras deidades y a nuestra pachamama. Se nos enseñó a dejar constancia de la sincera relación entre nosotros y la madre tierra y con nuestros semejantes: las apachetas o saywas, que traducidos del quechua significa “te aligero la carga” son uno de los símbolos y testimonio de esta rica y ancestral tradición de guardar testimonio silencioso de la vida de los caminantes. Por donde recorremos nos tomamos un tiempo para hacer el pago a la tierra, luego apilamos un conjunto de piedras proyectadas en todas las direcciones para finalmente construir nuestra apacheta. Las apachetas significan, en primer lugar, pedir permiso para ingresar en territorio de dominio superior; para otros, es dejar constancia de nuestro paso por esas rutas con la esperanza de volver algún día, y cada vez que uno retorna por esos lares tener la delicadeza de renovar la apacheta agregando una nueva piedra, en estricta ceremonia personal; otras veces al edificar nuestra apacheta imploramos por protección y ayuda y, sobre todo, un viaje aligerado por la senda de la vida. Sea lo que fuere es un repositorio que guarda secretos de penas y esperanzas.
Esta práctica se remonta a nuestros antepasados y sobrevive incólume como una de las ofrendas de mayor relación de respeto entre el hombre del Ande y sus deidades. En la cosmovisión andina es un ofrecimiento intimista de la mayor significación espiritual. Por eso llama la atención que, en los últimos meses, algunos caminantes, perdón, algunos despistados turistas, la descalifiquen y asocien con “prácticas primitivas de los serranos”. ¡Qué lejos! ¡Qué atrevidos! Algunos incluso van más allá y por pura práctica racista y clasista hacen gala de su atrevimiento destruyendo apachetas y mostrándolo “orgullosos” en sus redes sociales como victoria. Felizmente, la mayoría de los caminantes y de los buenos turistas, muestran su respeto, su admiración y aceptan las sanas y sabias costumbres ancestrales de los pueblos.
Estoy seguro que en nuestros pueblos continuaremos construyendo apachetas por donde el destino nos lleve. Iremos pregonando lo heredado de nuestros antepasados y estando en ruta iremos cantando nuestros huainos. Constancia de ello es un himno de autor desconocido que versa como sigue: “Ripunay qasachallapi / saywachallay rumi/ amama willykunkichu cunrrapartillayman/ masbiensi willaycullanki taytamamallayman / kuyay churillaykin ripukunñannispa” (Piedra de apacheta levantada en las faldas del cerro por donde me marcho no cuentes a mis enemigos, por el contrario, cuéntales a mis padres que su hijo se ha marchado). El eco de nuestros cantos es mensaje que recorre de montaña en montaña, de cerro en cerro. Su destino son las apachetas, cuyos corazones laten tanto como los nuestros y es señal que el destino les reserva vida eterna.
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