¿Seguiremos permitiendo que nos arrasen?
El coronel (r) PNP Benedicto Jiménez, cabeza del Grupo Especial de Inteligencia de la Dircote que capturó al genocida guzmán, ha escrito un sólido ensayo: “Proceso para la Desestabilización del país e instauración del gobierno bolivariano”. Allí descifra lo que viene sucediéndonos desde la investidura de Castillo. En 1992, sostiene, surgen en Latinoamérica sucesivos movimientos como el Indigenista (Bolivia), Marcha del Orgullo Gay; Ecologismo popular. Asimismo suceden dos infructuosos intentos de golpe por Hugo Chávez; y en el mundo surgieron las ONG como estrategia socialista de dominio político/judicial.
¿Qué hicieron los sectores del anticomunismo capitalista ante esto?, inquiere Jiménez. “¡Celebrar la caída ‘definitiva’ del comunismo!” Nada dijeron sobre el neo comunismo de los noventa “ajeno al stalinismo, defensor de la inclusión de género, el indigenismo, el ambientalismo, el derecho-humanismo, el garanto-abolicionismo (…); reemplazante de las balas guerrilleras por papeletas electorales; suplantó el discurso clasista por aforismos igualitarios que coparon el territorio cultural.” Ahora la batalla del Socialismo es “‘democracia’ radical vs democracia liberal del mundo capitalista. Los movimientos sociales incluyen luchas urbanas, ecológicas, antiautoritarias, anti institucionalistas, feministas, antirracistas, minorías étnicas, regionales, sexuales (…)”, La “democracia” radical busca que implosione la democracia capitalista para destruir el individualismo y la propiedad, “y abolir la relación capitalista en la producción, propiciando como base la multiplicación de los antagonismos. La radicalización de la democracia no es un fin, sino un medio para liquidar los derechos individuales y la propiedad privada”.
Avanza Jiménez hacia el Foro de Sao Paulo, “integrado por 123 partidos de izquierda radical de 27 países, incluyendo al grupo narcoterrorista de las FFAA Revolucionarias de Colombia (FARC), entre otros grupos extremistas regionales”, calificándolo como “disfraz político de la delincuencia organizada (hasta la legalización de la droga) que usurpa la acción y el poder político, y cumple el rol de instrumento para dar condición de políticos a los detentadores del poder en Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia y a quienes, fuera del poder, impunemente conspiran contra gobiernos democráticos de las Américas (…) En los últimos años ha sido uno de los principales instrumentos para que la alianza delictiva, antidemocrática y conspirativa tenga aspecto de política”.
Concluye: “Todo aquello que favorezca a la revolución es bueno. Como crear símbolos nacionales; convertir los crímenes policiales en bandera popular; intensificar el culto al líder; reformar la educación enfocada a la lucha de clases; crear organismos de control ciudadano: lanzar bonos populares, movilizaciones y tomas planificadas (Venezuela y Cuba ofrecen capacitación para estas tareas); destrucción de los partidos opositores a estos postulados; ‘georreferenciación’ y perfilamiento de empresarios (hay dirigentes que colaboran para el paso de empresas al poder del pueblo); sembrar infiltrados en todas las instituciones de izquierda, e impulsar estructuras paralelas a las del Estado; crear mecanismos de trazabilidad del dinero: control de bancos, divisas y rastreo de los capitales no afines a la revolución; invasiones masivas, reparto de propiedades; empobrecer la sociedad para mantener el control social, y penetración de las redes sociales.” Esclarecedora explicación sobre esta estrategia que, coherentemente, viene destruyéndonos, amable lector. ¿Seguiremos permitiéndolo? ¡Vacancia ya!
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