«Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación»
Queridos hermanos, estamos ante el Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. ¿Qué nos dice hoy la Palabra?
En el libro del Eclesiastés leemos: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. ¿Qué es la vanidad? Es aquello que no sirve para nada. Es vivir según la ideología del dinero, del “pasarlo bien”, del “comer y disfrutar la vida”, como si esa fuera la única meta. Es idolatría.
Por eso, el texto plantea una pregunta: ¿De qué le sirve al hombre trabajar con sabiduría, ciencia y acierto, si todo lo que ha ganado será para otro? Hay quien trabaja y trabaja, pero sin discernimiento. ¿Y qué es discernir? Es saber qué es lo más importante. No todo es dinero. No todo es trabajo. No todo es producir. Vivimos atrapados en la tarea de sufrir, tener, trabajar, una y otra vez... y no nos preguntamos para qué.
Por eso el Salmo 89 dice: “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”. Mil años, dice el salmo, son ante Dios como el día de ayer que pasó. Todo es fugaz ante la eternidad de Dios.
El salmista canta: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sabio”. Y pide: “Por la mañana, sácianos de tu misericordia”. No del pan, no del placer, sino de tu misericordia. Por eso, hermanos, pidamos lo más grande: la sabiduría. Sabiduría es saber saborear lo esencial, lo que permanece, lo que salva.
La segunda lectura, de la carta a los Colosenses, nos dice: “Buscad los bienes de arriba, no los de la tierra”. Aspirad a lo de arriba, no a lo terreno. ¿Por qué trabajamos? ¿Para quién? ¿Qué buscamos con tanto esfuerzo? San Pablo nos invita a dejar lo terreno, lo viejo, lo que hay en nosotros de pasión desordenada, afán de poseer, idolatría. Nos dice: “Despojaos del hombre viejo”. ¿Cómo? Escuchando la Palabra de Dios y llevándola a la acción.
El Evangelio de san Lucas nos narra una escena cotidiana: alguien se acerca a Jesús y le dice: “Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. Jesús responde: “¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?”.
Y advierte: “Guardaos de toda clase de codicia”. ¿Por qué surge el conflicto? Porque el corazón está en el dinero, en el poseer. Y así pasa también en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestros países.
La ambición divide, enfrenta, destruye. Jesús cuenta entonces la parábola del rico insensato. Un hombre posee una gran cosecha. No tiene dónde almacenarla. Entonces decide derribar sus graneros y construir otros más grandes. Y dice: “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años. Descansa, come, bebe y date buena vida”.
Pero Dios le dice: “¡Necio! Esta misma noche te van a reclamar el alma. ¿Y lo que has acumulado, para quién será?”. Así es el que atesora para sí, y no es rico ante Dios. El que solo acumula cosas materiales, sin pensar en su alma, es un necio. Y el necio es aquel que no se deja corregir, el que no quiere escuchar la verdad.
Por eso, hermanos, ánimo. El Señor quiere corregirnos, porque nos ama. Quiere darnos la verdadera herencia: la vida eterna. Los invito a derribar los graneros que hay en vuestra vida. ¿Cuáles son esos graneros? Las falsas seguridades, las fantasías de riqueza, de poder, de control. Atesorad, más bien, los tesoros del cielo: el amor, la misericordia, la fe. Eso es pasar de la angustia al descanso, del estrés a la libertad, del vacío a la verdadera felicidad.
Pues ánimo, hermanos. Cuidémonos en el Señor. Y que Él nos conceda su bendición: La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre todos vosotros.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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