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Ser o no ser

Fecha Publicación: 25/08/2019 - 00:03
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Si ha habido alguna duda hamletiana sobre qué quiere hacer con el Perú el presidente Vizcarra, sin haber sido elegido por el pueblo, esa vacilación está ya perfectamente dilucidada luego del infortunado incidente de Tía María, el contradictorio mensaje del 28 de julio en el que anunció obras y programas hasta el 2021 para plantear luego el adelanto de las elecciones generales para el 2020, y ahora la retención, durante casi tres semanas, de los proyectos de “reforma política” que con carácter de extrema urgencia hizo aprobar a un Congreso genuflexo bajo la amenaza de disolverlo aplicando, inconstitucionalmente, la “cuestión de confianza”.

Vizcarra no tiene ni podía tener un plan de gobierno: saltó de una gobernación regional -hoy se sabe, de dudoso comportamiento- a la Primera Magistratura simplemente porque, en la desafortunada frase de Bruce, PPK quería un provinciano o un cholito en su plancha “de lujo”, arrimando de pasada a Meche Aráoz, a quien originalmente le ofrecieron la primera vicepresidencia.

Su predilección por la izquierda marxista en sus diferentes acepciones -desde los palaciegos caviares hasta los radicales del sur- demuestra que, a la visión limitada que le ofrece su experiencia regional, se suma una obsoleta perspectiva de cómo gobernar el Perú combinada con una ya inocultable vocación autocrática.

Al frente tiene un Congreso con una mayoría decreciente que no ata ni desata y que recién descubre -¿quién los asesora?- que la cuestión de confianza no es aplicable en el caso de leyes constitucionales y que, por lo tanto, puede jugar a dilatar la aprobación o desaprobación del proyecto de modificación de la Carta Magna enviado por Vizcarra para adelantar las elecciones que, en su segunda parte, guarda una trampita que podría habilitarlo para postular a la Presidencia de la República.

Si al comienzo el régimen de Vizcarra no era ni chicha ni limonada, hoy sí tenemos fundadas razones para establecer hacia dónde se encamina, en compañía de su cerrado cenáculo moqueguano y de los compañeros de viaje marxistas y caviares que ha escogido, que evidentemente incluyen a Julio Guzmán y su partido Morado.

Por todas estas razones, aunadas al hecho de su clara incapacidad como gobernante, es necesario que se vaya cuanto antes de Palacio de Gobierno en compañía del Congreso de los otorongos.