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Siete jinetes del apocalipsis

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Fecha Publicación: 25/08/2025 - 23:00
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El escenario peruano, de cara a las elecciones de 2026, es definitivamente complicado. Cierto que aquello no es novedad para nuestros compatriotas. Aunque la cantidad de hechos que marcan la coyuntura nacional —en su gran mayoría, definitivamente graves— hace esta vez más complejo, por tanto más dramático, el ambiente dentro del cual se llevará a cabo esa escarapelante contienda electoral prevista para abril del 2026; que finalmente podría marcar la consolidación de nuestra democracia aliada a una economía libre o afín a algún régimen anacrónico, aparte de totalitario. ¡Como aquellos esperpentos que, desde los años sesenta, gobiernan las izquierdas sudacas sin plazos ni orden!
Haciendo un recuento de los hechos ocurridos durante la década que habrá transcurrido entre los años 2016 y 2026 —vale decir, desde cuando Kuczynski resultara electo, hasta abril 2026, cuando tendremos nuevamente elecciones (sin saber cuándo volveremos a avizorar la siguiente)—, este país ha soportado un tsunami político de grado máximo, sin precedente en su larga historia republicana. Durante este septenio, se sentaron en el sillón de Pizarro siete diferentes jefes de gobierno; habiendo sido elegido por voto popular apenas el primero de ellos. En otras palabras, nos han gobernado seis sujetos sacados del baúl de la basura, que no han tenido la más pálida idea de cómo hacerlo; ni tampoco el menor de los deseos para administrar coherente y democráticamente nuestra nación, como lo merecen y exigen sus ciudadanos. Siete diferentes presidentes de la República —en apenas ocho años— cambiados como fichas de ludo (ni siquiera de ajedrez), reflejan algo más que una profunda crisis institucional. Sin duda, la causa principal de semejante disparate ha sido el reiterativo, infernal conflicto entre dos poderes del Estado —Ejecutivo y Legislativo— disputándose la supremacía del mando político a partir de un indiscriminado abuso del requisito constitucional de la “incapacidad moral presidencial” como fundamento de recambio. Sin dejar de precisar que la falta y/o inexistencia de justicia tuvo un enorme peso en el éxito de esta vorágine de presidentes de repuesto, marcados por la medianía, el desinterés y la corrupción generalizada como telón de fondo. Pero como cereza sobre la torta, está la fragmentación partidaria afirmada por un personalismo de náusea.
Por cierto, estando basado el juego democrático en la presencia de partidos políticos como instrumentos de afianzamiento, articulación y recambio del poder, este septenio de incapaces, como improvisados jefes de Estado, se abocó a quebrar la representación y el acoplamiento de intereses entre ciudadanos y presidentes, desembocando ello en la más absoluta pérdida de confianza del poblador en su gobernante; impulsada, a su vez, por la ausencia de consensos para encarar desafíos sociales como económicos. Esto trajo la desaparición de canales de diálogo entre la sociedad y el poder.
Ante una coyuntura como esta, evidentemente resultaba no solo improbable sino imposible tener controlada tanto la estabilidad macroeconómica como la cohesión social. Y esta diabólica combinación es, precisamente, la herencia letal que nos han dejado aquellos siete jinetes del Apocalipsis, en este caso disfrazados de presidentes de la República.

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