Simbólica política del tren de ‘Porky’
Algo que llamó mi atención al visitar Doha (Qatar), Ciudad del Cabo (Sudáfrica), Indonesia o Singapur fue la alta conectividad de sus territorios, con sistemas integrados de transporte público, modernas carreteras, puertos y aeropuertos que hacen sostenible el alto flujo de turistas que reciben por año, así como la dinámica social que los caracteriza.
Esa impresión contrasta brutalmente con el déficit de conectividad del país y de Lima como capital, que lidera el ranking mundial en horas perdidas en el tráfico vehicular. Se estima que los limeños perdemos un promedio de 155 horas al año atrapados en el tráfico, lo que equivale a más de seis días completos, afectando nuestra productividad y calidad de vida, y con un impacto económico significativo en la ciudad.
En esa perspectiva es que debemos entender la polémica iniciativa del alcalde de Lima, Rafael López Aliaga, al recibir la donación de un trencito de 40 años que hoy intenta poner en marcha cueste lo que cueste, para unir Lima y Chosica.
Lo cierto es que la decisión de Porky no responde a una lógica gubernamental, sino política. Él y sus asesores saben perfectamente que la percepción ciudadana es impactada por un ciclo político y no tecnocrático. Ello significa que los peruanos quieren soluciones concretas e inmediatas. No debates técnicos ni procedimientos de gestión que demoren las obras. Estos ciclos ocurren y responden a una necesidad histórica, económica y social.
Lo otro que tienen muy claro Porky y sus asesores es que el símbolo del tren tiene un vínculo íntimo con su “exitosa” trayectoria empresarial. Como ya lo viene diciendo en medios de prensa y redes sociales… ¿Quién sabe de trenes más que yo? Impedirle ponerlo en marcha sería una afrenta pública contra alguien que ya tiene en marcha un tren a Machu Picchu. Es absolutamente obvio que su estrategia de campaña presidencial será convertirse en víctima de un sistema que le impide ejecutar progreso y transitabilidad.
Estoy totalmente convencido de que Porky convertirá su “tren inconcluso” en el símbolo inicial de su campaña, diferenciándose de los demás candidatos conocidos por apartarse de un sistema que no permite avanzar. El reto de su candidatura será demostrar que sus propuestas pueden convertirse en realidad. El reto de sus opositores será demostrar que sus iniciativas solo son un bluff que busca generar alto impacto e identificación.
En ello radica el dilema del trencito de Porky. Tiene un clarísimo sentido de simbólica política pensando en la campaña electoral. Pero revela también la reproducción de viejas taras que su trencito no resuelve integralmente: crecimiento desordenado y falta de planificación urbana.
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