Sin mendigar
Por: Luis Chamochumbi.
Eliminar el ISC (impuesto selectivo al consumo) a los combustibles y/o reducir el IGV o, inclusive, el IR es la medida más inmediata y eficaz para reactivar la economía tras el estado de emergencia. No lo es el asistencialismo. Y, menos, si es con nuestros propios impuestos.
De los S/110,768’000,000 que Sunat recaudó el 2019, S/8,216’000,000 corresponden al ISC. A los combustibles, en su mayor parte. S/63,505’000,000 a IGV. Es dinero que, en manos del gravado puede ser mejor invertido, no solo en lo inmediato, sino mediante el ahorro, a mediano y largo plazo. ¿Quién mejor que cada uno para decidirlo? Y no será necesario pasar por ninguna ventanilla.
En el caso del ISC, quienes tienen memoria, recordarán la relación directamente proporcional que hay entre la subida del precio de los combustibles con la subida del precio de todos los demás bienes y servicios que requieren ser transportados. Afecta incluso a las industrias que recurren a estas fuentes de energía. De eliminarse, el efecto es a la inversa: los precios de los bienes y servicios decrecerán.
Otro tanto ocurrirá si se reduce el IGV, impuesto que todos sin excepción pagamos. Sobre todo los más pobres al comprar cualquier bien de primera necesidad. Los S/380 que sin una data real se están repartiendo no son sino el regreso del dinero previamente extraído, vía IGV, en cada compra a estos mismos beneficiados.
Los partidarios del gasto público y del asistencialismo con el dinero de todos (o, ajeno, en sus casos), podrán decir que se va a desfinanciar al Estado y las grandes obras públicas, a las que estamos confiando se hagan, no se van a realizar. (O si temen que aparezcan los especuladores, deberían saber cómo los precios informan y genera competidores que, sin restricciones, descubren oportunidad de beneficiarse, favoreciendo a los demás).
Sucede que el Estado no produce sino redistribuye. E, históricamente, gasta nuestro dinero, clamorosamente, mal. O, peor, no lo sabe invertir y devuelve al erario la plata que ahora se derrocha sin control. Y que, más pronto que tarde se va a acabar. ¿Les suena conocido?
Más de US$ 6,400’000.000 en una refinería donde no hay suficiente petróleo, más de US$ 4,200’000,000 en una carretera donde no hay suficiente tráfico o miles de miles de millones en “asesorías” donde no hay gestión, entre muchos ejemplos. En lugar de hospitales y equipos médicos o redes de agua potable y alcantarillado, p.e., que en esta emergencia tanto lamentamos no existan. La pirámide de Maslow, al revés.
En esta crisis, hemos visto el costo de esta dilapidación, que siempre la padecen los más pobres. Por ello su desconfianza en el uso de los fondos públicos. Son ellos los que sol a sol lo sostienen y cuya exacción a través de estos impuestos les ha restado y amenaza llevar a más peruanos a este destino.
Deberíamos recordar ese pasaje bíblico que explica cómo en época de vacas flacas el faraón acumuló poder para asistir y luego hacerse con las propiedades de su pueblo. Volver dependientes a las personas es la peor manera de ayudarlas. Y, peor, con sus propios dineros.