Sin un norte, el Minedu cede ante el fuerte
El Sindicato Único de Trabajadores en la Educación del Perú (SUTEP), luego de una “intensa y sesuda” reunión con el ministro del ramo, decidió levantar la huelga que, estratégicamente, iniciaron por algunas regiones y cuya meta final era escalarla a todo el territorio nacional.
¿Qué razones animaron al SUTEP a optar por esta medida de fuerza? ¿El interés superior de los niños? Ironías aparte. En su página web se lee que se exige mayor presupuesto para la educación y respeto a los derechos de los maestros y auxiliares. Cuando un niño comprueba que su padre le concede lo que pide, aprende que no necesita asumir compromisos en señal de reciprocidad. No es la primera vez que el SUTEP obtiene —producto de sus “negociaciones”— mayor presupuesto para el sector. Esta vez han logrado la promesa de llevarlo al 5.1% del PBI para el 2025 y un incremento para los maestros de 400 soles: 200 en marzo y el saldo en noviembre, entre otros beneficios pecuniarios.
No me malinterprete, amable lector; soy un ferviente defensor de que los docentes —como profesionales de la educación— gocen de competitivas y atractivas remuneraciones. No solo aquellos que pertenecen a un sindicato que tiene la fuerza numérica, las consignas ideológicas y la insensatez social de paralizar las labores escolares, sino todos los docentes, incluso los que trabajan en el sector privado. Sin embargo, los trámites burocráticos y las trabas legales torpedean y dificultan que las escuelas mejoren sus ingresos, de modo que tengan y mantengan una planilla estable y profesional.
Si al Estado efectivamente le interesara la educación nacional, valoraría que los padres de familia que optan —gracias al derecho a la libertad de enseñanza consagrado en la Constitución Peruana— por una educación pagada, con sus impuestos también costean la educación estatal. Más aún, sin el aporte de la educación privada, que atiende al 25% del universo de estudiantes de básica regular, a la pública le resultaría mucho más oneroso desembarazarse de su mediocridad.
Lo que es difícil de refutar es que, a pesar del engrosamiento del presupuesto en educación, los indicadores y guarismos no evidencian ni mejores resultados académicos ni una “reducción de las brechas en infraestructura y en servicios”. Las autoridades del Minedu se agitan y, sobresaltadas, reaccionan ante un eventual paro. Su gran objetivo es coyuntural: extinguirlo. Digo esto porque, pasada la tormenta, los docentes siguen sometidos a encorsetados procedimientos, pródigos controles y ausencia de previsibilidad en las normas, con lo cual ahogan la creatividad y toma de decisiones. Es decir, la rutina continúa. Máxime si el Minedu no ha exigido compromiso alguno al SUTEP de cara a la relación académica profesor-alumno.
El Minedu peca de ingenuo con quienes presionan con marchas y huelgas, aun cuando su motivación no sea educativa. Pero con quienes sí cumplen sus objetivos y metas, se ensaña con un virulento reglamentarismo. Finalmente, el ministerio es prisionero de un globalismo educativo impulsado por desembolsos y acuerdos internacionales; del pensamiento marxista en su versión edulcorada, y del nulo prestigio y gobierno que ejerce sobre los agentes educativos.
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