Sobran partidos y falta líder
No sorprende que en el Perú haya una veintena de organizaciones políticas inscritas oficialmente y, tal vez, otra decena en camino cuando termine el año. Es el síndrome del partido propio o de ser cabeza de ratón que nos persigue desde la restauración del régimen democrático en 1980. Entonces, la media de organizaciones habilitadas rondaba la primera cifra pero, al menos, varios de los partidos que candidateaban tenía no sólo ideario y estructura nacional sino un liderazgo y representación popular mayor al 10 % del cuerpo electoral.
Esta estadística mal que bien se replicó hasta los polémicos comicios del 2021 en que, de acuerdo al cómputo del cuestionado JNE, salió elegido el nefando Castillo expectorado al año y medio de su desgobierno por golpista y corrupto y sucedido constitucionalmente por quien ocupa ahora la Casa de Pizarro. Conforme al último sondeo de opinión, la sucesora de marras sería desaprobada por ocho de cada diez encuestados y ningún partido con o sin bancada en el Congreso contaría con el apoyo de más del 10 % de la ciudadanía. La ironía es que alrededor del 30 % de los opinantes votaría por un “partido nuevo” que sólo ellos saben cuál podría ser. En pocas palabras, la ausencia de una legítima intermediación partidaria y de liderazgo es, prácticamente, absoluta.
No aprendemos a pesar de tropezar y caer con la misma piedra. Que la izquierda marxista o socialista de todo pelaje y cacicazgo se divida atómicamente en este país no llama la atención y, al contrario, resulta un alivio.
Empero, que la centroderecha peruana –pésima discípula de la social democracia, la democristiana o del liberalismo moderno- sea incapaz de unirse o de alcanzar consensos mínimos en vez de fragmentarse en partiditos deviene en masoquismo máxime ante las decepcionantes experiencias sufridas en las elecciones celebradas el 2011, 2016 y 2021.
Hoy de las más de veinte tiendas políticas supuestamente nacionales, no menos de la mitad podrían comer del mismo pan si no fuese por la nefasta epidemia del partido propio y la ambición personalista en vez de apostar patrióticamente por el mejor desarrollo y porvenir del Perú y de los peruanos. ¿Hasta cuándo repetiremos el castigo de Sísifo? ¡AMÉN!
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