Superciclo, subestado
El Perú se encuentra ante una oportunidad sin precedentes: la cotización del cobre, nuestro “metal rojo”, ha superado los 5.5 dólares la libra debido a la revolución energética, la electromovilidad y la digitalización global. En un contexto en el que la demanda mundial de cobre alcanza máximos históricos, el país exhibe una alarmante falta de preparación. Mientras las potencias se posicionan estratégicamente, nosotros seguimos sin rumbo claro. Esta situación representa otro capítulo de una vieja tragedia nacional: tenerlo todo para liderar y, aun así, ser incapaces de avanzar.
Lo que parecía una oportunidad dorada se convierte en el reflejo de un país paralizado por su propio desorden. China consume más del 73 % de nuestras exportaciones de cobre; India busca cerrar acuerdos de largo plazo hasta 2047, y Estados Unidos adopta una postura proteccionista, imponiendo un arancel del 50 % al cobre que, aunque no nos golpea directamente, agita el tablero geoeconómico. Ante estas tensiones, el Perú podría negociar con ventaja, atraer inversiones diversas y formar alianzas estratégicas. Pero eso no ocurre. El desorden institucional es nuestro mayor obstáculo, no la falta de recursos.
Internamente, el panorama es aún más crítico. El colapso del REINFO ha dejado fuera a más de 50,000 mineros informales, hoy convertidos en bloqueadores de corredores y saboteadores de operaciones, alentados por discursos populistas que idealizan la minería ancestral. Cajamarca, que concentra el 33.9 % de la cartera de proyectos mineros del país, sufre una pobreza del 45 %. Proyectos clave como Michiquillay, Galeno, La Granja y el resucitado Conga permanecen paralizados por la falta de licencia social y voluntad política. La paradoja es grotesca: pobreza sobre cobre; riqueza bajo tierra, miseria en la superficie.
Mientras el mundo reorganiza sus cadenas de suministro, el Perú avanza con el megapuerto de Chancay, con capital chino. Esta es una oportunidad logística sin precedentes. Sin embargo, no hay estrategia industrial, ni conexión ferroviaria con las zonas mineras, ni una narrativa de soberanía. En estas condiciones, Chancay corre el riesgo de convertirse solo en una gran aduana con grúas, no en una plataforma de poder regional.
Lo más grave ocurre en el centro del aparato estatal: un Ministerio de Energía y Minas sin liderazgo, un MEF que minimiza el riesgo fiscal derivado del caos minero, y una Petroperú quebrada, ahora dirigida por Alejandro Narváez, que exige nuevos rescates con garantías soberanas mientras ataca al Banco Central por “encarecer el dinero”. Como advirtió el exministro David Tuesta, estamos ante “la madre de todos los rescates”.
La falta de visión de largo plazo es evidente. No tenemos estadistas, ni diplomacia económica, ni un proyecto nacional que defina nuestro rol en el escenario global. En medio de esta ausencia, el cobre se nos escapa, como tantas veces en la historia.
La minería formal no puede seguir siendo defendida solo por técnicos ni saboteada por agitadores. Se requiere liderazgo político con vocación nacional, una narrativa que conecte al ciudadano con el desarrollo real. Es urgente construir un clúster cuprífero del norte —con infraestructura, licencia social y valor agregado— y posicionar al Perú no solo como exportador de minerales, sino como un actor clave en el nuevo orden global.
El superciclo no espera. El Perú debe pasar de ser un subestado a un Estado con destino. El momento es ahora.
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