«Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad»
Queridos hermanos, estamos ante el domingo XIV del tiempo ordinario. ¿Qué nos dice la Palabra de Dios hoy? La primera lectura del profeta Ezequiel nos cuenta que el Espíritu entró en él, lo puso en pie y le dijo: “Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí”. Esta es la llamada y la vocación de Ezequiel, quien va a anunciar el fruto de esta llamada y vocación a un pueblo marcado por la rebelión. A pesar de su rebeldía, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. En nuestra sociedad también hay rebeldía, pero existe la posibilidad de cambio. Sí, todo puede cambiar, aunque el demonio esté más activo que nunca, envidioso y buscando destruir la Iglesia y la sociedad.
Respondemos con el salmo 122: “Nuestros ojos están en el Señor, esperando en su misericordia”. Esa es la esencia de Dios: misericordia. “A ti levanto mis ojos, tú que habitas en el cielo. Como están los ojos de la esclava en las manos de su señora, así esperamos en su misericordia”. Estamos saciados de desprecios y nuestra alma está llena de soberbia e insatisfacción. Pero, ¿cómo se vence al demonio? Con la humildad.
La segunda lectura es del apóstol San Pablo a los Corintios. Pablo le dice al Señor: “Señor, quítame esta soberbia que tengo porque el ángel de Satanás me apalea y me tira por tierra. Al menos quítame la soberbia”. Tres veces pidió al Señor verse libre de ella, y Dios le contestó: “Te basta mi gracia”. Es importante entender esto: pedimos cosas a Dios, pero Él nos concede lo que necesitamos para nuestra conversión. “Te basta mi gracia” significa que la cruz que llevamos nos convierte. La fuerza se realiza en la debilidad, no en la prepotencia, no en los estudios, no en tener, sino en la divinidad. Cuando soy débil, entonces soy fuerte.
El Evangelio que nos propone la Iglesia nos cuenta que Jesús pasó yendo de un lugar a otro, itinerando por el desierto, hasta llegar a su propio pueblo. Habían oído de su fama, de su predicación y de los milagros que hacía. En su pueblo, la gente se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca esta fuerza, esta sabiduría y estos milagros? ¿No es este el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón?”. Jesús les dijo: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. Jesús fue despreciado en su propia tierra y familia, lo cual lo llevó a la humildad. No pudo hacer allí muchos milagros, solo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos, y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Hermanos, esta gracia, este don gratuito de fuerza que nos viene de Dios, es la profecía. Hoy en día, el mundo necesita profetas que anuncien la salvación. Que el Espíritu Santo habite en ti y te acompañe, que Jesús te dé la fuerza para decir la verdad al hombre de hoy y salvarlo. Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esté con todos vosotros. Muchas gracias.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao
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