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Terror regional

Fecha Publicación: 03/09/2022 - 22:55
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El proceso electoral regional-municipal avanza con inercia, en medio de un clima político pervertido por el desanclaje ciudadano de toda expresión colectiva, llámese partido, frente o movimiento. Más aún cuando las inconductas del elenco oficial representado en el gobierno, el Congreso, gobernaciones y municipios, han reducido a la mínima categoría el factor confianza de los votantes.

En efecto, la institucionalidad pública nacional debe su trágico deterioro a la persistente predisposición de las autoridades a delinquir abierta o solapadamente, pese a las innumerables pesquisas y hallazgos de la Fiscalía que han determinado incluso la prisión para muchas de ellas. Ningún ejemplo sancionador baja las revoluciones de la corrupción. Ninguna pena carcelaria disipa la voracidad presupuestívora de varios elegidos.

La data es vergonzante: sólo entre 2019 y octubre de 2021, 18 gobernadores regionales han sido investigados, detenidos o sentenciados por delitos como colusión, peculado, cohecho, falsedad ideológica y genérica, homicidio culposo, entre otros. Y ni qué decir de los alcaldes intervenidos casi a diario en sus domicilios o despachos luego de habérseles pillado con las manos en la masa.

Faltando poco más de 35 días para las elecciones, vemos que la mayoria de ciudadanos da la espalda a los candidatos, no se preocupa de conocerlos ni recurre a la manida oferta del “voto informado” provista por los entes electorales, medios de comunicación u organismos no gubernamentales. Al contrario: cuando llega el final del proceso, se evidencia una inexplicable y morbosa identidad de los electores con quienes tienen más prontuario que currículum.

Y esto ciertamente se ha consolidado en las esferas de la normalidad con el ya inmanejable promedio de sinvergüenzas designados por el gobierno de Pedro Castillo. Como alguna vez oí decir al escritor, periodista y ensayista mexicano Carlos Monsivais: ser condenado resultó, en la privacía, otro signo de vitalidad. El espectáculo hizo sucumbir a la moral pública. Mejor dicho, la moral pública se convirtió estrictamente en espectáculo.

Y como ya lo he dicho en anteriores columnas, Castillo y su banda sacarán provecho de este cuadro. Sin base de principios políticos y ávidos de la rapiña, gran cantidad de gobernadores y alcaldes se someterán al Ejecutivo por la dádiva oficialista y silbará mirando al techo cuando más abrumadoras sean las pruebas delictivas contra esa mafia. Lo escribió ayer Ricardo Vásquez Kunze en estas páginas de EXPRESO y lo repito en lo que a mí concierne por mi viejo pesimismo respecto a nuestra fallida democracia: Castillo se quedará porque es ladino y porque la oposición, en conjunto, solo provoca lágrimas de desaliento.

Al terrorífico gobierno central que padecemos, se sumará el terror regional de gobernadores y alcaldes sin escrúpulos. Ruego a todos los santos equivocarme.

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