TIC...TAC de la vida
Al sumergirme en la lectura de la nueva entrega de Nilo Espinoza, descubrí con regocijo, en cada una de sus páginas, el cuidado quirúrgico que tiene con la palabra. La sensibilidad, con la que es tratada la prosa, la hace atractiva y sobre todo, marca los linderos de un estilo especial y particular. Es refrescante e impactante el resultado de la depurada y fina técnica con la que teje tramas, a partir de una madeja de hechos que suceden día a día; hechos que pueden ser su caso o el mío, hechos en los que, sin querer queriendo, felizmente uno llega a involucrarse. “Nilo Espinoza es uno de los cuentistas más originales y singulares (…) es un prosista depurado (…) La patria de sus escritos es el lenguaje”, escribe, sobre él, el maestro Ricardo González Vigil. En cada página demuestra amor paternal por sus escritos, por eso lo respeta y lo enaltece. Ese es, intuyo, el secreto del estilo de Nilo Espinoza, quien habiéndonos sorprendido con sus relatos reunidos en Crónicas de cartón, ahora nos presenta esta obra que, así pase el tiempo, será leída calientita en los más crudos inviernos y fresquita en los más calurosos veranos.
La lucidez con que da vida a los personajes, todos acorazados con armaduras sorprendentes, mantiene una atmósfera peculiar, con singulares diálogos, pero con una dimensión mayor que atrapa al lector en aureolas de remolinos que llenan de satisfacción. Así encuentro a esta buena obra, que cada vez más se parece a ese dado que al rodar sobre la mesa nos sorprende con un insuperable seis, ese seis al que aspiramos lograrlo en esta vida, que no es un juego, para el cual tenemos que transpirar largas horas que exceden las injustas veinticuatro con las que el día, o la noche, nos tiene atados. Las buenas obras no tienen otra explicación, por eso, con toda seguridad, perduran en el tiempo.
Los invito a disfrutar de un sorbo de muy buena lectura para que la palabra viaje con sus ecos más allá del TIC... TAC de la vida. Porque la vida, a veces, se resume a las páginas de un libro abierto, o a las manecillas de un reloj que se hospeda en un rincón muy parecido a praderas donde florece la recompensa para quien escribe o para quien lo lee. He ahí el secreto para, a pesar de estar vivos, podamos mantenernos humanos.
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