Tiempos de oscuridad
América Latina ha ingresado a un periodo de tóxica turbulencia política y oscuridad en sus relaciones internacionales, de confrontación e inestabilidad, en circunstancias que la pandemia golpea implacablemente al continente.
La región, en efecto, registra 8 millones 300 mil infectados y 312 mil fallecidos por Covid-19, virus que también corroe nuestra frágil economía, con un decrecimiento de -9.1% que, según CEPAL, es la peor cifra en 120 años. Consecuencia de esa caída estridente (en Perú -14%), la pobreza en el hemisferio se incrementó 37.3%, porcentaje que se refleja en 45 millones de nuevos pobres y 34 millones desempleados.
La lectura de esa estadística debe analizarse en el complejo contexto político regional, que ha ingresado a un tiempo de oscuridad, con la consolidación y/o expansión de regímenes autoritarios.
Venezuela es, sin duda, el eje de esa expansión, porque su gobierno se mantiene firme gracias a entregar territorios a potencias extracontinentales, como Rusia, China e Irán, hoy propietarias de amplias áreas petrolíferas, obtenidas a cambio de facilitar prestamos por unos 25 mil millones de dólares, que Maduro no puede pagar. En otras palabras, la patria que independizó Bolívar ha sido convertido, por quienes reclaman ser sus herederos, en un espacio colonizado por varias potencias mundiales.
Lo que no se dice –o se dice tangencialmente– es que el neocoloniaje es resultado de la inoperancia, cuando no de la complicidad, de los organismos internacionales. La OEA no ha podido avanzar más allá de acuerdos declarativos porque ni siquiera logra conseguir 23 votos para aplicar la Carta Democrática y separar a Venezuela de la entidad hemisférica. En la ONU, el panorama es peor. Un solo ejemplo: el lapidario informe de la alta comisionada para los derechos humanos, denunciando cerca de siete mil asesinatos, torturas, presos políticos y pobreza extrema, tres meses después fue sardónicamente descalificado por las misma ONU cuando 105 países votaron para que un representante de Maduro ocupe un puesto en el Consejo de Derechos Humanos, como ahora han hecho con Cuba, con el voto del Perú.
Peor, imposible, pero no extraño ni sorprendente si recordamos que precisamente China y Rusia vetaron en el Consejo de Seguridad una resolución humanitaria para que Maduro permita el ingreso de alimentos y medicinas al país llanero. Y, en ese sombrío panorama, no menos grave es comprobar la sospechosa indiferencia o complicidad de fiscales de la Corte Penal Internacional, que a pesar de tener en su poder numerosas denuncias sobre asesinatos y torturas, se resisten a realizar una investigación un situ, más aún cuando varios países del Grupo de Lima lo han solicitado reiteradamente.
En Nicaragua, el dictador Ortega continúa firme en el poder apresando y reprimiendo. En Bolivia recuperó el poder el MAS gracias a la ambiciosa Sra. Jeanine Áñez, presidenta interina, quien en lugar de trabajar para compactar a las fuerzas democracias, se lanzó a la desgraciada aventura de presentar su fracasada candidatura presidencial. En Argentina, el gobierno de Fernández-Kirchner, a su vez, respalda al bloque de izquierda organizado en el llamado Grupo de Puebla, sucesor del Foro de Sao Paulo, integrado por los mismos personajes, incluyendo a Lula, Dilma, Correa, Evo, Mujica, Lugo y la peruana Verónika Mendoza.
Mientras vándalos incendian templos y atacan comisarías en Chile, en vísperas de un plebiscito, observamos las elecciones en Estados Unidos sin la ilusión de cambios para la región, porque desde los lejanos tiempos de la Alianza para el Progreso, impulsada en 1962 por el presidente Kennedy, ningún mandatario, demócrata o republicano, ha vuelto a comprometerse con nuestros países.
Hay, pues, que reconstruir el andamiaje internacional para que no sea utilizado por gobiernos que violentan los principios democráticos. O para salvarnos de la pandemia de nuevas dictaduras.