¿Tienen límites las alianzas políticas?
Los antagonistas ideológicos sí pueden llegar a acuerdos políticos y los que crean que no, es porque no comprenden la profundidad de la tenencia del poder político. Es verdad que las afinidades facilitan las tareas del gobierno y del Estado, como lo creyó el Partido Popular de Alfredo Núñez Feijóo, el líder de la derecha española que, para conseguir formar gobierno, sin que las elecciones del último domingo produjeran los resultados que ya sabemos –ha ganado, pero se le hará difícil convertirse en presidente del Gobierno Español–, en el fondo y con lógica, confiaba en VOX, el bloque ultraderechista ibérico.
Pero la afinidad no es la única vía para tener o conservar el poder. Por eso la actual mesa directiva del Congreso peruano consiguió ayer el importantísimo control del poder legislativo, gracias a la alianza entre la derecha peruana, es decir, Fuerza Popular, Avanza País y Alianza para el Progreso (centro derecha), y la izquierda relevante de nuestro país, representada coyunturalmente por Perú Libre. No es que otorongo no come otorongo.
No. Se trata de negociación política, seguramente con otros intereses propios de la amplia gama de peticiones que suele producirse en el ejercicio del poder con tal de conservarlo, pues en política nada se da a cambio de nada, sino basta mirar cómo los micropartidos de la izquierda española están pidiéndole, casi a la carta, a Pedro Sánchez, líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y a la sazón actual presidente del Gobierno, que busca repetir el plato.
La pérdida del poder, entonces, acusa falta de recursos políticos para el resultado de retenerlo. Ahora, bien. Cruzar a la otra orilla no debería escandalizar a nadie salvo a los ingenuos. Volviendo a España, Feijóo desde que supo que será muy difícil que pueda formar gobierno con solamente los votos de todo el bloque de la derecha, abiertamente ha llamado a Pedro Sánchez a llegar a acuerdos en la idea de que él pueda gobernar, apelando al argumento de haber ganado las elecciones generales.
En España nadie se escandalizaría de un eventual acuerdo entre la derecha y la izquierda –aunque no creo que se dé por otras razones–, pero en el Perú de hoy, sí, hasta llamar a los concordantes traidores y expresar el berrinche renunciando. No se puede hacer política con bilis. Obtener el poder y conservarlo es la razón de ser de la política y su única tolerancia para perderlo es por el respeto de la alternancia que se vuelve innegociable por hallarse prescrita en la ley. Las pugnas y las alianzas por el poder político son parte del ejercicio democrático y se deben a las circunstancias –la alianza entre el APRA y la Unión Nacional Odriista (UNO), que fueron como el agua y el aceite, en los años 60 se juntaron contra Fernando Belaunde– y ello explica por qué los políticos todo el tiempo están actuando dialécticamente, que no es lo mismo que apasionadamente.
Un ejercicio eficaz de la política, en consecuencia, se mide por los resultados de las alianzas alcanzadas. De no haberse producido ayer, la derecha peruana podría estar lamentándose hoy de que la agenda legislativa sea colisionar estratégicamente con el Gobierno Central hasta defenestrarlo, y poner en primer plano el asunto de la Asamblea Constituyente, con afectación directa en todos los peruanos.
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