Todo tiene su límite
Hagamos un simple análisis de la realidad. Pedro Pablo Kuczynski tuvo que renunciar por engañar al país respecto a sus vínculos con Odebrecht. Ahora está en manos de la Justicia. Lo sucedió Martín Vizcarra como primer vicepresidente. Antes fue algunos meses ministro de Transportes. Sin embargo en ese breve período le otorgó obras por S/ 900 millones a la constructora ecuatoriana Casa -que integra ese mafioso clan del “club de la construcción” que está investigado por la Justicia- y elaboró la letal adenda del aeropuerto Chinchero, cuestionada por la Contraloría e investigada por la Fiscalía.
Tanto PPK como Vizcarra son aprendices en materia de gobernar un país. El primero fue ministro de Energía, de Economía y premier -lo que no necesariamente es patente para asumir la conducción política de un Estado- mientras Vizcarra fue gobernador de Moquegua y ministro. Ambos se encontraron con un Parlamento mayoritariamente controlado por la oposición. Igual le sucedió, entre muchos otros presidentes, a Alan García en su segundo régimen.
Pero desarrolló una de las más exitosas gestiones de gobierno que se registra. Tanto Kuczynski como Vizcarra fueron incapaces de apelar al arte de hacer política, privilegio que solamente poseen los estadistas, optando por confrontar al Legislativo utilizando como pretexto el estigma “fujimorista” para crear –con ayuda de una prensa rufianesca vendida a la corruptela de la publicidad estatal- el mito del “Congreso obstruccionista”. Fue así como PPK y Vizcarra polarizaron al país, tornándolo en inviable por la agresividad de sus pendencias.
Como por ejemplo, hacer cuestión de confianza por asuntos jamás considerados en la Constitución, y usarla como pretexto para chantajear al Legislativo obligándolo a que legisle tal como impone el Ejecutivo; caso contrario lo disuelve. Un temperamento totalitario que ha paralizado el Perú y puesto en riesgo la democracia y el Estado de Derecho. Entre tanto este país se aproxima a la recesión económica; escasea el empleo; la inseguridad ciudadana es insufrible; la Salud Pública y la Educación están en emergencia extrema. ¡Y la gente está indignada!
Sabido es que el presidente Vizcarra no tiene idea de cómo ejercer el cargo de jefe de Estado. En esta materia, es un neófito profesional. Podrá saber de cálculo infinitesimal o de matemática cuántica; inclusive esto último con serias dudas. Pero de administrar una nación claramente no conoce. Tenemos entonces a un ciego conduciendo el país. Un trance abrumador, a niveles de verdadero vértigo, que hasta ahora el Perú soporta estoicamente. Pero todo tiene su límite. ¡Y este límite no debemos permitir que sea la ruina del Perú, sino la salida de Vizcarra de la presidencia!
Se impone entonces que, o bien renuncie el accidental mandatario, o se aplique la fórmula constitucional para removerlo del cargo. Amable lector, este momento de extrema confrontación al cual en forma sistemática e irresponsable viene empujándonos Vizcarra es, sencillamente, intolerable. Los riesgos abarcan desde una asonada con probabilidades de conmoción nacional, hasta la quiebra económica, social y política del país. Hay demasiado peligro en juego como para continuar expectantes en una coyuntura tan compleja como esta.