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Todos los santos, día de muertos

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Fecha Publicación: 01/11/2022 - 22:58
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Mientras la Iglesia Católica celebra hoy el día de todos los santos, la religiosidad popular lo hace con el día de todos los muertos. En México, principalmente, pero en muchos países sudamericanos e incluso, en Estados Unidos, en donde la fiesta de Halloween es una vulgarización insoportable de esa tradición centenaria, se recuerda a los muertos por su condición de muertos y nada más.

Con un origen que se pierde en los mitos indígenas de hace miles de años, se celebra a la muerte porque es sólo provisional y los muertos pueden volver en algunas ocasiones al mundo de los vivos. Y entonces estalla la fiesta a tal punto que, por ejemplo, el desfile del Día de Muertos por el centro de Ciudad de México, que incluye bailarines con vestimentas coloridas y carros alegóricos con calaveras gigantes, atrae a más o menos 2 millones y medio de personas de todo el mundo.

Las flores viven para vivos y muertos. El cempasúchil brilla como el sol y como el sol es amarillo. El velo de novia y la flor del terciopelo también adornan ese jardín hirsuto pero hermoso en cuya piedra central se sirve el pan de muerto, de forma redonda, con un par de huesos cruzados y un círculo que representa una calavera hecha de hojaldre. El pan nuestro de cada día.

Los pueblos andinos también celebran a los muertos en el fondo de la misma manera. Las familias acuden en masa a los cementerios en donde cocinan, beben y bailan alrededor de las tumbas de sus seres amados ya fallecidos. Vivos y muertos casi tomados de la mano danzando sobre la tierra tal vez no prometida pero conquistada, generalmente yerma en los márgenes del pueblo, allí en donde termina el horizonte.

La literatura latinoamericana es pródiga en escribir sobre la muerte, y por lo mismo sobre la soledad, su aliado inseparable. Octavio Paz en su libro El laberinto de la Soledad y García Márquez en esa epopeya incomparable que tituló Cien Años de Soledad se refieren a ella con dolor pero con esperanza. En esta última, Úrsula Iguarán, sintiendo los dolores del parto en su marcha sobe la ciénaga, le dice a José Arcadio: fundemos aquí el pueblo. Por qué, le pregunta. Porque vamos a tener un hijo, le responde. Uno no es de un lugar hasta que no tiene un muerto bajo tierra, le replica José Arcadio sobre el polvo ardiente de Macondo.

Yo soy de aquí por eso. La mesa está dispuesta. Y también los pompos amarillos y las rosas bermejas. La música es queda porque prefiero escuchar sus voces, Torna a Surriento y Juanita se llamaba. En un cementerio que le dicen Del ángel y en un pedazo de tierra bajo la hierba verde de un campo de fe.

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