Toledo: triste figura
En el Perú, el resentimiento y el eterno déficit de autoestima lleva a mucha gente a sentirse agredida por el hecho de ser cholo, negro, blanco, mestizo o producto de la extraordinaria mezcla racial que caracteriza a nuestra nación, y se exacerba la reacción cuando ese resentimiento anida en la mente de peruanos oriundos del interior del país que no analizan el comportamiento de sus coterráneos y solo miran con animadversión a Lima.
Esa mentalidad llevó al poder al "chinito", al "cholo sano y sagrado" y al "profesor andino y campesino" con resultados diversos en gobernabilidad, pero casi iguales en corrupción.
El problema es que todos ellos junto a los que también gobernaron el país desde el año dos mil, están involucrados en procesos penales por graves actos delictivos, con tres expresidentes presos y los otros en camino.
En consecuencia, no es la condición de pobre, cholo, andino, selvático, negro o de cualquier raza u origen, lo que determina la virtud de la honradez, humildad y vocación de servicio, sino que la podredumbre sale del alma pues por más encumbrado o aplastado socialmente se halle alguien que accede al poder público o privado, su tendencia corrupta surge de esa vocación por ser choro, pericote, ladrón, de modo que aquí tenemos una deficitaria formación en valores y, por ende, en una manifiesta carencia de sólidas virtudes individuales.
Triste e infeliz la imagen de Toledo llevado en silla de ruedas, con gesto estudiado de abatimiento y enfermedad que jamás mostró mientras vivía a todo dar en los Estados Unidos, pero agraviante para todos los peruanos ha sido ver a otro presidente llevado con las muñecas esposadas a ser entregado a las autoridades del sistema de justicia porque fue elegido por la mayoría y, al asumir el cargo, ha encarnado a toda la Nación Peruana y actuado como jefe supremo de nuestras FF. AA. y PNP.
Esta misma desazón y desmoralización se supone van sintiendo los pobladores de las diferentes regiones del país cuando ven desfilar a sus presidentes de gobiernos regionales y alcaldes, detenidos, esposados con dirección a la cárcel por los graves actos de corrupción que sucesivamente cometen en el ejercicio de sus funciones.
El problema, al parecer, es que la población del interior solo mira de reojo la corrupción de su propia gente, elegida por ellos y que representa a sus sociedades para solo ver los defectos limeños.
Es hora de mirar y decidir bien, lo cual es difícil cuando vemos que en cada gobierno comienzan a aparecer los mismos funcionarios que colaboraron y formaron parte de los gobernantes hoy presos o en camino a la cárcel.
Así las cosas, parece que la rueda de molino nos condenará a seguir eligiendo sucesores con las mismas tendencias.
Ojalá nos equivoquemos.
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