Trump
La victoria de Donald Trump ha puesto una vez más en evidencia que, en todas partes, se cuecen habas: salvo una encuestadora, prácticamente todas las demás pronosticaban un resultado sumamente apretado con la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris, lo cual fue rotundamente desmentido por las cifras finales que mostraron una imparable barrida del republicano y un incremento sustantivo de su votación, incluso en bastiones demócratas como Nueva York y California.
Como suele ocurrir, los dirigentes del Partido Demócrata acorralaron a Trump con todos los medios posibles en un escenario en el que esto no era tan difícil, dados sus antecedentes de abuso sexual, violación de las leyes e incluso su clara vinculación con la intentona que dejó muertos y heridos en el Congreso norteamericano, al intentar bloquear el refrendo del triunfo de Joe Biden.
Unos días antes de los comicios, llegué a la conclusión —pese a las encuestas— de que Trump ganaba las elecciones, luego de apreciar un mitin de este en un pueblo de Pensilvania y compararlo con otro de Harris, quien lo había derrotado en el único debate que sostuvieron: el estilo campechano de Trump, que llegó definitivamente al ciudadano de a pie, contrastaba de manera evidente con la oratoria fría y carente de carisma de Harris.
A ello se sumó la publicación en una revista internacional de dos paneles, uno de Harris y otro de Trump, superpuestos sobre una carretera: en el primero, Harris ofrecía aumentar el sueldo mínimo, extender la cobertura de la seguridad social y mejorar los servicios de salud; en el segundo, Trump se limitaba a “hacer nuevamente grande a América”. En ese lema contundente estaba todo dicho.
¿Hubiera podido Harris derrotar a Trump de haber comenzado mucho antes la campaña? Las cifras son elocuentes: luego de la renuncia a la candidatura presidencial por parte de Joe Biden ante la evidencia de su deterioro mental, el anuncio de que iba a ser reemplazado por Kamala Harris generó un volteretazo en las encuestas y en la recaudación de fondos a favor del Partido Demócrata. Harris no pudo sostener esa corriente favorable para ella.
Trump logró crear una mística que inclusive llevó a la secta de los Amish —un grupo religioso muy especial y aislado— a votar por él en forma decisiva para que ganara en el estado indeciso de Pensilvania. Harris no inspiraba mística alguna, más aún como vicepresidenta de un gobierno desgastado, al cual los norteamericanos le critican la crisis económica pese a la espectacular recuperación post-COVID que ha colocado a EE. UU. nuevamente como la primera potencia económica del mundo.
Harina de otro costal es lo que significa para el mundo la elección de Trump.
(*) Presidente de Perú Acción
Presidente del Consejo por la Paz
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