Tuvo y tiene Alaska
El pasado 15 de agosto, el presidente Donald Trump y su homólogo ruso, Vladímir Putin, se reunieron en la Base Conjunta Elmendorf-Richardson, en Anchorage, Alaska, en lo que marcó un gesto diplomático sin precedentes: la primera cumbre bilateral en suelo estadounidense en más de una década. El encuentro, cargado de simbolismo, incluyó alfombra roja, una exhibición militar aérea con un bombardero B-2 y jets F-35, y una breve aparición de ambos líderes ante los medios sin responder preguntas.
En pleno transcurso de casi tres horas de conversaciones directas, Trump describió el encuentro como “muy productivo” o incluso “extremadamente productivo”, aunque no se concretaron acuerdos ni se anunció un alto al fuego. Resulta llamativo el cambio en su posicionamiento: horas antes, durante el vuelo a Alaska, afirmó que no se iría sin, al menos, un alto al fuego, pero tras la reunión se alineó con Putin, abogando por entrar directamente a negociaciones de paz integrales.
El formato del encuentro también fue objeto de atención: Trump y Putin dialogaron en privado dentro de una limusina blindada —“La Bestia”— sin intérpretes presentes, lo cual constituye una violación de los protocolos diplomáticos habituales. Putin logró convertir esta cita en una victoria simbólica: su visita, cuando enfrenta aislamiento internacional y un mandato de arresto de la Corte Penal Internacional, fue celebrada por medios rusos como un restablecimiento del estatus diplomático.
En el plano político internacional, la ausencia de sanciones nuevas o aumentadas y la falta de un alto al fuego fueron duramente criticadas. Líderes europeos reafirmaron su apoyo a Ucrania y respaldaron un eventual encuentro trilateral que incluya a Zelenski y Putin. Posteriormente, Trump mantuvo llamadas con Zelenski y varios mandatarios europeos, programando una reunión en Washington para el lunes siguiente.
Sin embargo, según fuentes citadas por Reuters, Putin habría propuesto congelar el frente del conflicto como condición para que Ucrania cediera el control de la región de Donetsk. Zelenski, por su parte, rechazó tal demanda y se mostró firme en no aceptar condiciones territoriales impuestas.
En resumen, la cumbre Trump–Putin del 15 de agosto de 2025, en Anchorage, fue teatral y elevada en forma, pero carente de contenido concreto. Aunque se abrió la puerta a futuros encuentros, su impacto real sobre la guerra en Ucrania sigue siendo incierto, y la urgencia de un enfoque inclusivo, con la participación activa de Ucrania y sus aliados, se aleja aún bastante de una prioridad internacional por ahora.
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