Último adiós para Mario y Francisco
Sostiene el sociólogo israelí Yuval Noah Harari que, así como cristianismo, catolicismo, budismo e islamismo son religiones con más de dos mil años de existencia sobre la tierra, la modernidad tiene también las suyas. Más jóvenes, pero cuya naturaleza es similar a las antiguas: disputarse la supremacía ideológica del mundo contemporáneo, buscando hacer realidad la construcción del mejor de los mundos posibles aquí en la Tierra. Liberalismo, comunismo, socialismo y humanismo compiten por este sueño.
La Semana Santa nos trajo, sin embargo, la pérdida de dos representantes de dos de estas religiones políticas: el argentino Mario Bergoglio (el papa Francisco), quien estuvo al mando de la Iglesia Católica, y nuestro laureado escritor y ganador del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, un acérrimo divulgador y promotor del pensamiento liberal.
Francisco, de formación jesuita, irrumpió en el papado para darle un giro al ciclo conservador que hasta ese momento era hegemónico en la Iglesia Católica. El papado fue para él una forma de reinventar la vieja Iglesia y acercarla al usuario final: el creyente. Supo recurrir a un marketing personal e institucional que renovara su posicionamiento y convirtiera su plataforma eclesial en una más inclusiva, de arrepentimiento y reflexión. Fiel a su formación jesuita, supo administrar los circuitos de poder al interior del Vaticano para sobrevivir ante la arremetida de las fuerzas conservadoras, que muy probablemente retomen el control de la Iglesia con la elección de un perfil distinto para el nuevo papado. Su espíritu reformista dejó líneas de acción que hace 20 años eran impensables en la Iglesia Católica.
Mario, de formación humanista, irrumpió en el mundo literario y político formando parte de una élite de escritores latinoamericanos que conquistaron el continente europeo y luego el resto del mundo con una serie de ficciones noveladas y diversos formatos literarios, unos realistas y otros más mágicos que realistas, poniendo el dedo sobre la llaga de esos puntos de dolor que los problemas de la civilización occidental arrastraban desde su concepción. Su crítica fue constante, pertinente y oportuna. Mario no solo se limitó a la crítica, sino también a la acción política, que luego se convertiría en opinión y análisis. Su espíritu revolucionario y luego reformista jamás desapareció, y su opinión jamás dejó de tener la consistencia de una mente brillante buscando construir un mejor mundo para todos.
Nos dejan dos pensadores y activistas de lujo. Nos dejan dos protagonistas de la historia universal contemporánea. Nos dejan dos líderes natos cuyo legado quedará grabado en documentos históricos a los cuales podrán acceder las futuras generaciones. Nuestra misión es promover ese tipo de espíritus disruptivos, analíticos y críticos con la historia. Solo así podremos seguir evolucionando, a pesar de que a épocas de cambio sigan momentos más oscurantistas.
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