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Un acto educativo

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Fecha Publicación: 16/08/2024 - 21:50
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Llegué minutos antes de que comenzara una actuación en una escuela. Días antes, mi hija me puso al corriente: su hijo pequeño entonaría una canción ante el público. Ella se distrajo por un instante, mientras que a mí una efervescente emoción me recorría el cuerpo. Confieso que, con la idea de escuchar cantar a mi nieto –a capela o con acompañamiento–, imaginé un titular de primera plana: “El Teatro de la Scala en Milán acoge a cantante peruano en su debut europeo”. Tendría, por tanto, que llegar temprano para estar muy pendiente de su performance. De pronto, mi hija reconectó conmigo diciéndome: “Le hará mucha ilusión verte”. Tomó aire y continuó: “Va a cantar con todos sus compañeros. Es una canción que solías tararear cuando éramos niños. La reconocerás. Por cierto, Juan estará en la segunda fila. No se luce mucho, pero te podrá distinguir. Ven temprano. Te divertirás”.
Con paciencia y buen talante, esperé el inicio de la función. De pronto, una señora con sus tres hijos, dos niños y un adolescente, apareció buscando un sitio para sentarse. En la fila elegida, había solo tres sillas libres. Instaló a sus hijos y, quedándose ella de pie, se apostó en el pasillo. “Un plausible gesto maternal”, pensé en primera instancia. Luego noté que uno de los ocupantes era un mozo de buen porte y completamente sano. ¿Él sentado y su madre de pie? ¿Cómo explicar ese gesto? La interpretación menos controvertida apelaría al amor maternal. ¿Ese sentimiento desaparecería si la situación fuera con el joven de pie y la madre sentada? Al contrario, sería una mayor muestra de amor, porque esa mamá estaría formando a su hijo en reciedumbre, respeto y gratitud, con miras a su futuro como persona y ciudadano.
La madre perdió una importante oportunidad para que su hijo aprendiera a valorar que ceder el asiento a una dama o a una persona adulta es por caballerosidad y/o respeto. A propósito, la atención y la gratitud hacia los adultos mayores no es solamente un deber con personas concretas que coinciden en nuestro entorno; también debería serlo con las generaciones que nos precedieron, con la memoria y la historia de nuestra patria. En los días que corren, a lo nuevo, lo viral o los estrenos se les adjudican características sobrevaloradas y magníficas, sin pararse a pensar si son buenas, valiosas, eficientes, etc. Por el contrario, lo pasado, el ayer, las tradiciones y buenas costumbres, sin que prime análisis alguno, se cancelan como anticuadas. ¡Cuánto han hecho los mayores por nosotros y cuánto hacen los padres por sus hijos! Son los adultos quienes cuestionan y dudan de su aporte a favor de los niños y adolescentes, así como de los que vendrán después. Consentirlos en todos sus caprichos no es apostar por su crecimiento integral ni confiar en ellos. El amor es un verdadero acto educativo e incluye el espinoso momento de corregir. Y corregir es exclamar: “En lo que a mí compete, no puedo permitir que seas menos de lo que puedes llegar a ser”.

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