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Un alumno no es un lobo para otro alumno, una visión positiva de la convivencia

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Fecha Publicación: 21/07/2023 - 21:50
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La presencia del otro resulta enigmática. Se hace patente la incomunicabilidad. Está allí, delante de mí, pero no “está-allí” quieto, pasivo e inerte sin más, sino que por ser libre es capaz de emitir respuestas no programadas. Por tanto, lo imprevisible e inesperado forma parte de una relación interpersonal, más todavía cuando no hay vínculo alguno o la relación está en ciernes.

Ciertamente, lo imprevisto en las relaciones predica la singularidad de las personas; que libertad humana no es ni un freno ni escollo para que aquellas se susciten; y, gracias al querer humano las relaciones se pueden ampliar formando comunidad. Pero para hacer llevadera la convivencia además de reconocer la libertad y la singularidad es necesario asumir que el hombre tiene defectos, limitaciones y que pese a que puede, no quiera, todo lo cual se expresa con arreglo a la manera de ser y pensar de cada quien.

Por eso, la coincidencia plena en las relaciones interpersonales es inverosímil precisamente porque somos libres e irrepetibles. A pesar de las reacciones temperamentales, irrespetuosas o poco afables, la convivencia es fundamental para que la persona pueda complementarse y completarse de cara a su realización personal.

Aun afirmando categóricamente que todo abuso, maltrato o denigración perpetrada a un alumno, debe ser extinguido inmediatamente siguiendo los debidos procesos. Insisto, a pesar de recusar firmemente el bullying en las escuelas, acentuarlo en extremo, desde muchos frentes, es más bien contrapoducente.

La siembra generalizada sistemática y articulada de un particular –no masivo– suceso o conducta perversa, cae en subjetividades disímiles cuya reacción es, como diré, de preocupación o de defensa. En el caso que nos ocupa, si se lee, escucha y mira, no una sino muchas veces, que en todos los colegios el bullying campea sin coto, como si fuera una enfermedad bacterial, los padres reaccionarán con mucha aprensión al punto que recomendarán a sus hijos no confiar en nadie y estar a la defensiva.

Con lo cual, en el tiempo, el “otro” se convertirá en un lobo para mí del que se tiene que huir sin cesar. Si mi par es mi “enemigo”, reduzco –para defenderme– las vías de apertura hacia los demás, salvo aquellas que sean útiles para mis propios fines. Por este atajo se arriba al individualismo y a ser el centro de toda referencia, por lo que, los dones y aportes de los otros se desaprovechan y se paralizan los intercambios y las relaciones. Si desde la escuela, el compañero se torna en ajeno, por qué cuando ciudadano deba preocuparme por mis conciudadanos.

En la escuela, los alumnos están 13 años juntos. Ellos no pasan sino que habitan la escuela. Desde pequeños participan de una misma meta: aprender, por eso es que el compañerismo prende. A partir del “estar juntos”, aprenden unos de otros, descubren su identidad y, por contraste, sus capacidades. También la ayuda mutua, la comprensión. Una mirada positiva de la convivencia dará pie para que maestros y padres de familia tengan a la escuela –toda ella– como una gran situación de aprendizaje.

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