Un auténtico peligro público
Recién podemos descifrar ese comportamiento golpista, inconstitucional, pendenciero de Vizcarra. La génesis se remonta a cuando aparecieron las acusaciones contra PPK que devinieron en la moción de vacancia y finalmente en su renuncia a la presidencia. Vizcarra era consciente de su comportamiento como gobernador moqueguano. Sabía que existían reparos de la Contraloría y pesquisas de la Fiscalía. Conocía a sus pares del mafioso Club de la Construcción. Y estaba al tanto de que las investigaciones del affaire Lava Jato estaban vinculadas a las andanzas de sus compadres constructores. En consecuencia -como presuntamente imaginó Kuczynski al candidatear a la jefatura del Estado- Vizcarra alucinó que ocupar el cargo de vicepresidente de la República le serviría de escudo para neutralizar cualquier acción del Ministerio Público y del Poder Judicial. Pero al ver lo que le ocurriera a su mentor PPK, entendió que la única forma de protegerse era capturar el poder democrático y convertirlo en autocrático.
Cabildeó con el fujimorismo para suceder a Kuczynski. Y ya instalado en palacio, orquestaría un régimen -constituido por ministros mediocres y asesores opacos, aunque maniobreros- que asumiría plenos poderes para de esa manera desbaratar cualquier investigación a sus gestiones. Tanto como gobernador moqueguano, como ministro de Transportes, y, obviamente, como presidente de la República. Así se gestaría el golpe de Estado para clausurar el Congreso y obligar al país a elegir uno a su conveniencia, u otro incapaz de complicarle la existencia. En simultáneo capturaría la Fiscalía, consciente de lo que denunció Pedro Chávarry, ex fiscal de la Nación: “Vizcarra me sacó del cargo porque removí a los fiscales Vela y Pérez del caso Lava Jato y además porque dispuse que se investigue su gestión como ex gobernador de Moquegua”. Ello, como es conocido, supuso un nuevo golpe solapado de parte de Vizcarra, al inmiscuirse para conminar al Ministerio Público a que eligiese a una fiscal de la Nación “amiga”, como cuenta la ex secretaria personal de Vizcarra. A partir de entonces Vizcarra montó una organización mafiosa para gobernar autocráticamente, incluyendo a una policía política –la siniestra Diviac- con el respaldo incondicional de un gigantesco, corrompido aparato mediático que pagan los contribuyentes para servirle de parlante al autócrata.
Vizcarra podrá ser listillo, intrigante e insidioso. Pero, afortunadamente, no es brillante. Y no contó con la astucia de sus ex amigos constructores, ni con el hecho de que existen fiscales que no responden al mando vertical que pretendiera imponer. Y mucho menos presintió que su “círculo íntimo” –la secretaria general de la Presidencia, la secretaria personal y el asesor principal- le diera la espalda revelando entretelones de su talante artero, mendaz, incluso criminal. Porque orquestar la evaporación de pruebas de algún delito es un crimen. Hoy Vizcarra se tambalea sudando frío, tartamudeando, mintiendo una, otra y otra vez, sin otro horizonte que ser presa de sus propios demonios rapaces y cliente predilecto de una Justicia que quiso pero no consiguió capturar. Un sujeto así no puede ni debe permanecer un minuto más en palacio de gobierno. Vizcarra es un auténtico peligro público.