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“Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo”

Fecha Publicación: 29/07/2019 - 22:00
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El torpe e inconstitucional planteamiento de M. Vizcarra de acortar el mandato congresal y presidencial para embarcar al Perú en un nuevo proceso electoral, aprovechando del mensaje presidencial que el artículo 118°, inciso 7) de nuestra ley fundamental dispone para el inicio de la primera legislatura anual, y que tradicionalmente ocurre cada 28 de julio, me hizo recordar aquella famosa obra de teatro escrita por W. Shakespeare que describe el penoso papel cumplido por el rey Ricardo III de Inglaterra.

Rey ambicioso, conspirador e instigador de asesinatos, que se disfraza de virtudes que no tiene, al que persiguen fantasmas que le recuerdan sus crímenes pasados y que luego de una aparente y breve sensación de triunfo, la vida le retribuye sus maldades dejándolo solo y desesperado antes de morir. En medio de su trágico abandono, lastimero, sin siquiera el noble equino que acompaña a los caballeros medioevales, clama desesperado por uno de ellos con la frase que uso como título de este artículo. La frase en mención representa una situación límite en la que el infeliz que la pronuncia está dispuesto a canjear algo grande por una minucia.

Cambiando espacio y tiempo, algo similar ha sucedido el día domingo último. M. Vizcarra, presidente de la República por sucesión constitucional hace un año y cuatro meses, luego de presentarse simuladamente como una solución ante el descalabro y renuncia de su antecesor, atormentado por los fantasmas de actos de presunta corrupción anteriores a asumir el cargo (llámense vínculos con Odebrecht, obras defectuosas como gobernador de Moquegua, daños a la propiedad pública y privada por el “Moqueguazo” que instigó, la adenda del contrato con Kuntur Wasi cuando fue ministro del sector competente, menciones en conversaciones telefónicas intervenidas por orden judicial que lo vinculan a una presunta red de corrupción, etc.), desesperado por no haber logrado la destitución del fiscal supremo G. Chávarry, quien parece representar en su imaginario a su más peligroso perseguidor, y frustrado por no haber logrado que sea reelegido como presidente del Congreso quien le garantizaba el sometimiento de ese poder del Estado, ofrece “el reino”, es decir, la tranquilidad y estabilidad que el país necesita, sobre todo cuando todos coinciden en que nuestra economía pasa por un difícil momento y hay demasiadas necesidades no atendidas como se debía. Y lo hace para procurarse “el caballo” del aplauso fácil y fugaz. Harían bien M. Vizcarra y sus asesores criollos y extranjeros en mirarse en el espejo del Ricardo III descrito por Shakespeare.