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Un cardenal politizado, ideologizado?

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Fecha Publicación: 08/10/2024 - 23:00
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En el ocaso de su existencia, Francisco I, el Papa Rojo, funge de prestidigitador reviviendo cadáveres ideológicos, como el comunismo, exorcizado del planeta hace ya treinta y seis años desde su propia cuna: la URSS. Ocurrió tras la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento de aquella ideología de muerte, enemiga de la religión, basada en la crueldad, el terror, el abuso, la esclavitud, el hambre, la prepotencia, el envilecimiento del poder, etc. Pero, a la hora undécima, el Pontífice —representante de Cristo— persevera en reintroducir el anticlerical, anticristiano y decimonónico comunismo. Lo hace no solo mediante su prédica, sino también con el nombramiento —como Cardenal— de un cura simpatizante del comunismo, siendo este un país fundamentalmente católico y devotamente religioso, en plena ebullición política promovida, precisamente, por el dogmatismo comunista, y en víspera de unas elecciones cuyos resultados pudieran convertirnos en un espejo de Cuba o Venezuela. En esta difícil coyuntura, el Papa Francisco I ha nombrado Cardenal del Perú al que fue Arzobispo de Lima, Carlos Castillo Mattasoglio, dilecto alumno del controvertido padre Gutiérrez, de una saga zurda promotora de la fracasada Teología de la Liberación.
A lo largo de su período como Arzobispo, Castillo fue calificado de heterodoxo, progresista, feminista, proaborto y, por cierto, comunista. Aquello, fundamentalmente, por cambiar a los párrocos ortodoxos que encontró al asumir la conducción de la Iglesia Peruana, reemplazándolos por curas ligados a sus simpatías políticas. Cabe recordar un incidente ocurrido cuando el entonces Cardenal de Lima, don Juan Luis Cipriani, en su condición de autoridad de la Pontificia Universidad Católica, no renovó el mandato canónico que permitía a Castillo ejercer como docente de Teología, quedando este fuera de la PUCP, conforme a los cánones decididos por su fundador, José de la Riva-Agüero y Osma, y frente a sendos agravios a la jerarquía de la Iglesia Católica por parte del entonces profesor Carlos Castillo Mattasoglio, quien se negaba a acatar un decreto del Papa Benedicto XVI sobre el uso de la denominación “pontificia y católica”.
Tiempo después, siendo Arzobispo, Carlos Castillo nombró jefa de prensa a Cecilia Castillo Martínez, conocida panegirista del aborto, el matrimonio homosexual y el feminismo; lo que provocó que diversos fieles le enviasen una carta pidiéndole el cese de aquel nombramiento. Asimismo, denunciaban que el Arzobispo se había ideologizado, haciendo referencia a ciertos cuestionamientos sobre decisiones suyas, como poner en marcha el taller de masturbación femenina llamado “Conquista tu papaya” —organizado por la PUCP— y/o la publicación de un video sobre Santa Rosa como activista política de izquierdas.
Finalmente, coronando su curriculum vitae procomunista, ya siendo Arzobispo, Carlos Castillo arropó incondicionalmente al golpista, ágrafo, corrupto y prosenderista Pedro Castillo Terrones. Asimismo, Castillo Mattasoglio ha asumido un evidente papel como activista político, al extremo que últimamente viene demandando la derogatoria de una ley aprobada por el Congreso contra el crimen organizado.
En toda la extensión de la palabra, Castillo es un activista político disfrazado de cura, luego Arzobispo y, finalmente, Cardenal. Cargo, este último, que demanda ejercerse con ética y estética. ¿Lo hará?

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