Un Colegio de Politólogos sin argollas
Durante años, los politólogos en el Perú hemos navegado a contracorriente. Sin una institución que nos articule, hemos ejercido nuestra profesión desde el margen: enseñando, investigando, asesorando, escribiendo, debatiendo. Y, sin embargo, cuando llega el momento de decidir en el Estado, de abrir plazas laborales o de definir perfiles técnicos, es frecuente que ni siquiera estemos en la lista. No porque falten capacidades, sino porque nadie se ha preocupado en reconocerlas.
Esa es la razón de ser del Colegio de Politólogos del Perú: no solo existir en los papeles, sino hacerse cargo de esa ausencia histórica. Y hacerlo sin caer en el error más común en las instituciones peruanas: convertirse en un club cerrado donde unos pocos deciden por todos.
Porque si algo no puede permitirse el colegio que estamos construyendo, es replicar las argollas que tanto hemos criticado. Esas argollas que abren puertas sin mérito y cierran oportunidades a quienes no tienen contactos. Que colocan a los mismos de siempre en paneles, consultorías y cargos, mientras cientos de profesionales deben conformarse con contratos precarios, dictados mal pagados o empleos fuera de su campo. En el Perú, ser politólogo sin argolla muchas veces significa trabajar el doble para llegar a la mitad.
La Ciencia Política, con todo su debate y pluralismo, con sus contradicciones y matices, merece una casa común donde quepan todas las voces: la del estudiante que busca orientación, la del egresado que no consigue empleo, la del docente que quiere actualizarse, la del profesional que lleva años sin redes ni respaldo.
Eso implica tomar decisiones claras: descentralizar no solo en el discurso, sino en la práctica. Significa que las regiones deben tener poder real, con recursos y voz propia. Que no todo pase por Lima. Que cada filial pueda crecer desde sus propias condiciones, con legitimidad y sin depender de favores.
También implica ser honestos con nuestra precariedad laboral. Muchos colegas —sobre todo fuera de la capital— no tienen un espacio profesional donde ejercer lo que estudiaron. El Estado no nos incluye en sus perfiles. El sector privado no sabe bien qué hacemos. El colegio tiene que servir de puente, no de adorno. Debe dialogar con instituciones como SERVIR, abrir canales con empresas, organizar ferias de empleabilidad y mostrar que sí hay politólogos, y que hacen falta más.
Este esfuerzo no es solo importante para los politólogos. Es importante para el país. Un Colegio de Politólogos que funcione puede elevar el estándar del debate público, mejorar la calidad del diseño de políticas y contribuir a que la gestión pública se base en evidencia, no en ocurrencias. Institucionalizar esta profesión es también una forma de fortalecer la democracia.
Hoy que el Colegio de Politólogos del Perú comienza su vida institucional, vale la pena detenernos y preguntarnos: ¿queremos una institución que repita lo mismo de siempre, o una que haga las cosas distinto? ¿Una que excluya y divida, o una que construya, integre y sirva?
La respuesta marcará el destino no solo de nuestra disciplina, sino del aporte que podemos dar al país.
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