Un Estado que no ofrece alternativas y alienta la emigración
Tanto la crisis económica como la inestabilidad política que se viven hoy en el Perú han abonado el terreno para que germine una inevitable sensación de incertidumbre que afecta especialmente a nuestros jóvenes estudiantes y profesionales. Hoy se observa entre ellos una gran inquietud por emigrar a un país que les ofrezca otras alternativas y no el futuro incierto que desde hace algunos años se vive en el nuestro. Más aún cuando no existen medidas efectivas para promover el empleo y la mejora de los servicios educativos paralizados o que se llevan a cabo en condiciones inadecuadas para un proceso de aprendizaje efectivo. Los discursos con atisbos de intolerancia dirigidos a generaciones que superan los prejuicios y son verdaderamente inclusivos es otro factor que contribuye a esa inquietud.
Hagamos un poco de memoria. La crisis económica y la violencia terrorista fue la razón principal por la que a mediados de 1992 más de un millón y medio de peruanos migraron al exterior. Sin embargo, esta emigración no fue motivo de análisis en el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación Nacional, que solo abordó el problema de la migración interna (del campo a la ciudad). El que muchos ciudadanos emigraran de nuestro país, en particular aquellos jóvenes que vieron frustrados sus estudios universitarios por el control que ejercieron los grupos subversivos en los principales centros de estudio estatales o por la inseguridad que generaban los diversos atentados terroristas, no tuvo mayores repercusiones.
Las cifras más elevadas del fenómeno migratorio al que nos referimos correspondían al grupo etario comprendido entre los 15 y 29 años y su única explicación fue la falta de oportunidades para el desarrollo profesional o el trabajo en su país de origen. Con el paso de los años, esta tendencia se mantuvo o disminuyó en cierta medida. Para mediados de 2019, el destino de muchos peruanos era Estados Unidos, aunque también algunos países latinoamericanos, como Argentina o Chile, que por su situación presente difícilmente podrían ser hoy una alternativa.
El marco de la situación actual es contradictorio. Por un lado, las facilidades y variedad de posibilidades para que nuestros jóvenes sean recibidos en programas de trabajo en el exterior, intercambios universitarios o traslados de sus estudios profesionales están dados. Pero por el otro, se observa a un Estado pasivo que no adopta ninguna medida o política para apostar por quedarse en el país. La misión estatal en relación al trabajo y a la educación solo ofrece la gestión permanente para fiscalizar la formalización de empleos o el control de la formalización de las universidades. Sin embargo, ¿cuánto se ha avanzado para que nuestros jóvenes, que son los más preparados para el mundo digital, puedan contribuir en el desarrollo de los servicios públicos y tareas de modernización del Estado?
Los jóvenes de hoy son quienes tienen todas las condiciones para enfrentar los desafíos de un mundo profesional y laboral digitalizado y global. Pero en el Perú, seguimos recurriendo a medios de gestión y comunicación tradicionales, con lo que se le da la espalda al futuro y, por ende, al desarrollo.
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