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Un gobierno precario

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Fecha Publicación: 11/12/2022 - 23:50
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Gracias a la inimitable estupidez de Pedro Castillo y sus secuaces, el Perú evitó despeñarse al infernal socialismo del siglo XXI, que era lo que hubiera sucedido si el aspirante a dictador se salía con la suya. (Ver “Ineptos hasta para golpear”, El Reporte, 11/12/22).

Aunque ha habido un generalizado suspiro de alivio por el desplome de la caterva de delincuentes comunistas que se había apoderado del gobierno, ahora se aproximan tiempos de incertidumbre. Dina Boluarte es más taimada y astuta que su compañero de fórmula, pero solo un poco menos incompetente que él.

Ha conformado un gabinete sin duda menos malo que cualquiera de los esperpentos que tuvo que sufrir el país durante más de dieciséis meses, pero que parece no tener el liderazgo ni la capacidad para enfrentar las tormentas que se avecinan.

En el caso del Ministerio del Interior, ha nombrado a César Cervantes, un general en retiro de ingrata recordación en la PNP. Él fue designado jefe de la Policía en noviembre de 2020, en el gobierno de Francisco Sagasti, por la mafia caviar que ocupó el Mininter, pasando a retiro ilegalmente a los 17 generales que estaban delante en el escalafón.

Antes, en 2017, fue ascendido irregularmente a general por esa misma gente. En suma, su única virtud es ser un acólito de ellos.

Cuando llegó Castillo, Cervantes trató inmediatamente de acomodarse y se fotografió amistosamente con Waldemar Cerrón, aunque de poco le sirvió porque el chotano ya había negociado con otro general.

Sin duda, no tiene ni la autoridad ni la energía para enfrentar la ola de disturbios provocada por senderistas, antauristas, cerronistas y toda esa morralla de desadaptados que están organizando asonadas en diversos lugares. Ni para frenar la creciente ola delincuencial o liderar los cambios que requiere la Policía luego de ser devastada por el enjambre de langostas que se apoderó de la institución.

El gabinete es mediano, comparado con lo anterior. El problema es que Boluarte pretende aferrarse al poder y quedarse hasta el 2026. Constitucionalmente, tiene esa posibilidad. Políticamente, es dudoso que sobreviva.

No tiene ni popularidad, ni partido, ni bancada en el Congreso. Lo que sí posee es el odio y la inquina de sus antiguos secuaces castillistas y cerronistas, a los que abandonó recientemente, luego de haber compartido ideas, corruptelas y privilegios. Es prepotente y enemiga de la prensa independiente, a la que ha vituperado hasta hace poco, aunque ahora pretende emular a San Martín de Porres y aparecer como un ejemplo de moderación y conciliación.

En verdad, es poco creíble su repentina mudanza. Pero también es cierto que, a diferencia de Castillo, no representa una amenaza a lo que queda de democracia, porque no tiene la capacidad de liquidar la institucionalidad.

En síntesis, encabeza un gobierno precario de destino incierto.

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