Un mundo feliz
De seguro la peste y el espanto nos dan una lección sobre nuestros miedos. ¿Alguno no ha temido volar? ¿Quién no temió ahogarse en el mar? ¿Se te dio con que si el ascensor se detenía en seco morirías boqueando? Sin embargo, nunca estuvimos más seguros que cuando no creíamos estarlo. Por eso “Un mundo feliz” nos retiene en el pasado (vale hurtarse el título de
Huxley). Solo ahora apreciamos lo seguros que estábamos y el resplandor del cielo apacible o la nitidez del color de las flores. Los relatos nos exhiben en nuestra mayor necedad, si solo hubiéramos sabido entonces lo tontos que fuimos:
“No sé, doctor, no podría decirle cuántas veces me ocurrió, las imágenes son como espejos rotos que trato de olvidar. Solo tengo en la memoria algunos de esos eventos. El más reciente y que me trae aquí es del 5 de junio. Servían el mejor café de Lima. Cafetería, inauguración en el piso 20, edificio central. Ocho y media de la mañana, se abrieron las puertas del ascensor. Una mujer de sacón rojo apretó el botón. Los muros de metal cromado reflejaban mis ojos caídos, dos colgajos húmedos. Piso seis. La ascensión secaba mis labios, la garganta se me cerraba conforme tocábamos el siete dentro de aquella caja de dos por medio que tocaría el cielo. El Doctor Rubio dice que le tengo fobia al cielo, ¿se le puede tener fobia al cielo? La luz se encendió en el veinte y todo se detuvo.
La sangre se congestionó en mi cabeza. Creí que me desplomaría. Todos traspusieron el umbral metálico camino a ese infierno de interminables ventanas a través de las cuales se podía ver toda la ciudad. Acrofobia. Yo fui el último en colocar los pies en aquel tramado de losetas azules. Caminé con torpeza hacia una mesa sobre la que se erguía una cafetera dorada. Sobre una pizarra, con tizas azules y blancas: café americano en vaso, MOCA, frappuccino Una mujer con delantal amarillo se adelantó: ‘el mejor café del mundo, pruebe’. Mis ojos rehuían la techumbre abigarrada de las casas viejas y de los templos. Como una reacción traté de centrarme en las losetas para no desmayar, conté el número de cuadrantes alrededor y el número de pasos que debía dar para volver al ascensor…”
A veces lo que creíamos temible era el mundo seguro que nos habitaba y que habitamos en paz.