Un país corrompido, extraviado
Preferible ser majadero que irresponsable y conformista. Desde esta columna venimos insistiendo, inclusive cansinamente, en graficar la caótica situación por la que atraviesa el Estado peruano, a partir del terremoto sociopolítico desatado por una corrupción extendida por toda nuestra nación. ¡Consecuentemente, entre todos los estamentos en que se basa la sociedad!
Esta pesadilla empezó cuando Alejandro Toledo pactó con aquel brazo político corruptor institucionalizado por Lula llamado Odebrecht, mecanismo creado para que el presidente socialista brasileño abra un espacio político en toda Latinoamérica, a efectos de consolidar su plan macabro de comunizar la región.
Así nacen los infames Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla, centros manipuladores de conciencias débiles, como aquellas que caracterizan a las actuales generaciones de peruanos dedicados a la política.
Gente con una mentalidad absolutamente deformada por un infame esquema de justicia social, inventado por la camorra caviar tras su experiencia en la revolución socialista que impuso el golpista procubano Juan Velasco Alvarado.
Destacan en esa generación de politicastros fracasados Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Francisco Sagasti y sucedáneos recientes como Pedro Castillo o Dina Boluarte.
Todos con mentalidad claramente deformada, acomplejada, frustrada y falsaria, respecto a la auténtica situación sociopolítica del Perú. Al extremo que desde entonces nuestra sociedad se encuentra al borde de su autodestrucción.
Hoy el Perú está de cabeza. Especialmente lo están sus principios o fundamentos, sobre los cuales el pueblo debería funcionar como toda sociedad civilizada, guiada por la Justicia, el Orden y la Autoridad. Atributos inexistentes, o en el mejor de los casos fijados por parámetros ciertamente contrarios a aquellos que rigen en los países exitosos.
A esto se debe nuestro actual retorno a la miseria, la que con enorme esfuerzo y sacrificio consiguieron superar a partir del exitoso segundo gobierno de Alan García. Hecho incuestionable que, únicamente, la izquierda caviar persevera en negarlo para satisfacer sus intereses.
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