Un país entrampado
Conforme avanza el siglo XXI, la degeneración de lo que antes se conoció como la clase política peruana profundiza el saqueo del Estado y desprecia, cada vez más, el respeto que esta gente le merece a su sociedad que, al final de cuentas, es la que, a través de elecciones generales, elige a los políticos que la representen para administrar los tres poderes del Estado. ¡Aquí, amable lector, debemos alertar que la sociedad peruana ha fallado garrafalmente, eligiendo sencillamente a los peores para ocupar los cargos más importantes en el Estado! Es, a partir de aquí, que los políticos elegidos por la ciudadanía dirigirán los poderes Legislativo, Ejecutivo y, como consecuencia, al Judicial. Asimismo, a quienes ocupen altos cargos dentro de las instituciones que conforman el Estado. Como a los tribunos del TC; los miembros de la JNJ, etc. Anteriormente, nuestro poder político designaba, preferentemente, a técnicos y/o profesionales con alta especialización en el manejo de la cosa pública. Sin embargo, en lo que va de este siglo sucesivas autoridades electas han dado preferencia al nombramiento de politicastros incapaces, inclusive para dirigir hasta la más estratégica entidad pública, arruinando así la formación de alta especialidad que se había logrado cohesionar –desde los años 1990 hasta la elección de Ollanta Humala como presidente del país– iniciándose así una rapidísima desactivación de las especialidades en los altos cargos públicos, dando paso al amiguismo, el compadrazgo y a la ideologización de la burocracia especializada.
La empleocracia pública, contratada hasta 2010 por su preparación –inclusive post universitaria– dio paso a una sustancial mejora en los servicios públicos y la productividad nacional. Consecuentemente, fue razón suficiente para ir mejorando la escala de haberes entre este sector, a efecto de evitar la tentación que implicaba el sector privado para llevarse a los mejores. Aunque ahora quienes se benefician de esa tentadora escala remunerativa en el sector público son mayormente unos sinvergüenzas indigentes, sin preparación alguna y sobrecogedora actitud hacia la inmoralidad y la corrupción, en el manejo de la cosa pública. Ello, amable lector, es uno de tantos resultados del desmejoramiento en la elección de los políticos para gobernar el Perú. Y, sin lugar a dudas, el mejor camino hacia la ruina y el caos al que estamos dirigiéndonos. Con mayor velocidad, desde que el comunismo se instaló en el Ejecutivo con el golpista corrupto Pedro Castillo, quien introdujo a una casta inepta, cleptómana, corrupta y totalitaria, como él, para administrar los destinos del Estado peruano. Hasta antes de semejante desastre, la honorable y muy bien preparada alta burocracia se había hecho acreedora a una retribución acorde con la calidad de sus servicios; y a la honorabilidad en su desempeño. Esto lo comprendió y aceptó el Estado, al que la sociedad autorizó pagar con sus impuestos mejores remuneraciones a aquellos calificados burócratas, con el propósito de mejorar la eficiencia nacional. Hoy, sin embargo, de esa escala basada exclusivamente en la meritocracia se beneficia gente corrupta, politizada, ideologizada y claramente iletrada, como Pedro Castillo. Entrampamiento sin solución, que inexorablemente seguirá autodestruyéndonos.
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