Un presidente liberal
Pedro Armas en La Voz de Galicia (“La clase media aspiracional”) dice que a la clase media no le interesa Marx ni la lucha de clases porque solo ve lo que aspira a tener y aspira a lo que tienen los de arriba: un auto, una casa, más ingresos, mejores disfrutes y la pana de lucir lo que bien se alcanza… Llámenlo “burgués” si quieren, pero si algo detiene a los bullangueros revolucionarios que aún se quejan de las infernales fábricas londinenses de 1848 es esa clase media que corre desde Miraflores al Callao y desde el emprendedor de Gamarra al de las zonas del norte y sur de Lima.
Quien tiene un empleo o una miniempresa no puede parar. Griten “¡Revolución!” frente a un emprendedor de Mesa Redonda o a un taxista que la hace al día; pero, solo tengan la habilidad de correr con rapidez. Allí donde hay emprendimiento y empleo el socialismo no entra, es peligroso y estorba.
Lima es lo más capitalista que hay en el Perú y sitiarla es como amarrar con hilos a un monstruo descomunal. Si los apurimeños la extorsionaran con no venderle papas, Lima las importa desde Holanda, igual con todo. “¡Déjenos trabajar!” es el grito de batalla popular porque el desarrollo del capitalismo llama al conservadurismo (no nos cambien las reglas). Su prioridad cotidiana es que no les cierre fiscalización, que no les requisen, que no los expriman por vender. El crecimiento de la clase media emergente es un freno para toda revolución. Como dice Armas, no es que la clase media no tenga problemas, los tiene porque el apremio es natural, pero pese a sus pequeños tormentos, la oferta liberal es la que más calza con sus aspiraciones. Dice Armas: “En momentos de crisis, esta clase, que solo está dispuesta a oír lo que quiere oír, es un vivero de votos para los neoliberales, quienes se adelantan y, en vez de ofrecerle soluciones, alimentan sus aspiraciones: más libertad, más prosperidad, más seguridad, menos fiscalidad”.
Llevar la economía de mercado a los pueblos es crear clase media, es una gran oferta, una que hace más PBI que la dispersión rural y más empleo activo sin espacio entre siembra y cosecha. Hay que mirar a los capitalistas de Lima Norte, a los que ofrecían ropa en la vereda de Capón y terminaron por crear su imperio. Al liberalismo solo le falta imaginación para saberse ofertar.
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