Un suicida en la catedral
Matteo Balzano, 35 años, sacerdote italiano de la diócesis de Novara, se quitó la vida hace dos semanas. Su jefe, el obispo Franco Brambilla en un gesto de comprensión y de misericordia hizo algo inusual en la práctica católica: presidió su funeral en la catedral de la ciudad y dijo en la homilía “Debemos aprender a no escondernos de nuestros miedos y dificultades, a escucharnos unos a otros. Y a encontrar, en nuestras relaciones fraternas, lenguajes y palabras de acogida y comunión”.
El gesto del obispo Brambilla me recuerda otro del arzobispo y cardenal Antonio Cañizares quien ofició una misa en la catedral de la ciudad Toledo, España, por Gregorio Ramos Rubio, un hombre ejemplar, que llevó treinta años a su hermana, cada miércoles, para su tratamiento en la gran ciudad; que paseaba en las tardes por el parque a su madre borrada por el Alzheimer; que cuidaba y reemplazaba a su esposa inutilizada por una artrosis; que consolaba al hijo abatido por la depresión; que protegía a la hija por su insuperable retardo mental… hasta que una mañana preguntó: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado, y al no obtener respuesta se bajó de su cruz y de su Gólgota y cogió un machete y los mató a todos y se suicidó después queriendo cortar de raíz y para siempre el árbol del bien y del mal (y del amor y el dolor) cuya sombra lo había oscurecido por completo.
El cura Matteo Balzano no se bajó, en su caso, de su invisible cruz. En su soledad radical ya no la veía. Ciego para los símbolos y los psalmos, se derrumbó en la penumbra de su habitación. Era sólo un hombre, el misterio crucial, aquel que es –según Joseph Campbell- la presencia extraña con quien necesitan reconciliarse las fuerzas del egoísmo y a través de quien el yo debe crucificarse y resucitar para no ser más “yo” sino “tú”, el otro, los otros, el prójimo.
Qué sabias son las palabras del obispo Brambilla. No escondernos de nuestros miedos es una terapia de salud mental y encontrar, en nuestras relaciones fraternas, lenguajes y palabras de acogida y comunión, es el nuevo paradigma de la psiquiatría contemporánea para tratar los trastornos de la mente.
Gregorio Ramos Rubio del pueblo del Real de San Vicente de Toledo, España, vivió para los otros hasta que su yo se difuminó en la niebla. Estuvo en el huerto de los olivos y no rehusó su cáliz. Sus parientes dormían mientras él velaba. Matteo Balzano , del pueblo de Novara, entre Turín y Milán, fue vencido en su habitación por la soledad de su propio apostolado. Ambos tuvieron en muerte lo que no tuvieron en vida: cientos de personas hablándoles y despidiéndose de ellos en catedrales famosas.
Jorge.alania@gmail.com
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