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Un toque de campana

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Fecha Publicación: 13/09/2025 - 21:41
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La detección no fue a tiempo a pesar de las advertencias y cuidados supuestos. Qué nos tocará a nosotros, solemos retar al destino con indiferencia irresponsable. Nadie está preparado aunque teóricamente lo parezca. Una tarde el insano bulto, creciendo, duro, perverso, maligno, corporizado para cuestionar profundamente la vida. Todo se oscurece, se hace invierno. Entonces, hay que tomar decisiones. Los pocos recursos son usados para responder inmediatamente y tener algo de chance para buscar alternativas antes de la catástrofe. Mucho amor, aunque sean magras las herramientas financieras para dar la pelea. Solidaridad, entonces. Pocos acuden. Son pocos, pero son, le damos una explicación vallejiana. Una combinación de azar y una cadena de favores como consecuencia del afecto cultivado. El cariño siembra corazones y ayuda en el momento requerido, a veces. Conozco a alguien que nos dará la mano, me dice al oído y con una mirada comprensiva la colega enfermera mientras me abraza solidariamente en el campus universitario. El tiempo realmente está en contra. Tiene que hacerse todo a la velocidad de luz. No te preocupes, madre, todo saldrá bien, le digo con firmeza filial para evitar su derrumbe. Estamos acostumbrados a luchar siempre, le reitero como alguien que creció en las calles del Callao. El pequeño y hermoso ser de la cual provengo, llora, tiene miedo, se aterra ante un futuro oscuro, incierto. Algo me murmura en quechua, su lengua raíz, su voz trenzada sobre sí misma, envolviendo su pánico que no conoce de edades.
Hay que seguir. Como cada día.
Entonces, con la urgencia de quienes sabemos que es la única opción, se inicia una larga y constante guerra contra uno de los peores males. Quimios, como un hábito cotidiano cada tres semanas, con todo el impacto corporal y mental que ello significa. Sin embargo, su posibilidad de salvación es un ancla a la existencia. Cabellos que se desprenden a las caricias, mechones de pelos en las manos, pero el amor familiar responde. El cuerpo maternal se enrolla, se curva, se achica, resiste. Todo pasará. Ni un ápice de espacio al mal y su reino. No. El amor responde con amor. Regresando como un torrente el amor construido durante tantos años. Dentro del mal renace otra forma de amor de cósmicas consecuencias. Hay un cordón umbilical que reaparece con su arquitectura inicial. Está allí, invisible, suficientemente fuerte para resistir el embate crudelísimo.
Una operación luego para extirpar al cangrejo disminuido pero no derrotado totalmente, una forma de mutilación inexorable, un pedazo del cuerpo que se va carcomido por el ataque alevoso del mal que no tiene ninguna piedad ni da margen para nada, ningún pestañeo es posible, ninguno. Entonces, siguen las radioterapias, a destellos de luz y esperanza, casi como un susurro de contraataque, fogonazos de probabilidad. Ya un ritual compartido, ya con la fe creciente y como un halo que revivifica. Acaso es posible, por primera vez, después de casi tres años, vencer a lo nocivo que se impregnó con su violencia inclemente.
Toque la campana, le dicen a mi dulce mami con amabilidad en el hospital. Ella lo hace con una energía conmovedora y nos sonríe a todos. A todos, como si fuera la primera vez.

Por Rubén Quiroz Ávila

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