Un veranillo en educación
A contrapelo de los informes que evalúan la educación a nivel nacional y que suelen presentar conclusiones desoladoras, el pasado día 4 de los corrientes tuve la gran oportunidad de hacer un alto en el camino para inhalar una suerte de bocanada de aire puro, asistiendo al sencillo pero significativo homenaje a un gran educador: Dr. Eduardo Palomino Thompson. Fue una velada entrañable. Un grupo de personalidades vinculadas al sector educativo y amigos le expresaron con su presencia y entusiasmo, admiración y agradecimiento.
El Dr. Palomino, quien en su día fue presidente del Consorcio de Colegios Católicos, se dedicó plenamente a la formación de los estudiantes, a la gestión directiva y al estudio, reflexión e investigación educativa. Fue un tenaz y estratégico defensor de la libertad de enseñanza, de pensamiento y de la libertad de conciencia, con mayor brío e intensidad durante el gobierno militar presidido por Juan Velasco.
Junto con una vida profesional activa, el Dr. Palomino Thompson fue generoso con su tiempo y conocimientos. Inquieto y preocupado por los que vendrán después, es decir, nuevos maestros y directivos, escribió libros de gran factura que servirán para meditar acerca del norte, calidad y futuro de las escuelas privadas y públicas.
Precisamente, la presentación de su último libro Mi visión de la educación, presente, pasado y futuro fue el acto que selló su homenaje. Eduardo pinta canas, pero su cercanía y experiencia de la vida escolar sostienen y engalanan sus análisis, su rigor académico, y las propuestas que recoge con acierto y lucidez en su libro; del cual me gustaría comentar tres ideas generales. Su visión integral: la educación es un arte matizado por diversos pinceles porque, contrariamente a los procesos y operaciones mecánicas, reclama trato personal, compromiso, creatividad e intuición para atender a un educando libre, singular e irrepetible. Además, intervienen actores diversos durante el tránsito de una vida: los padres, los profesores, los amigos, la sociedad, los medios de comunicación, la moda…
En segundo lugar, su perspectiva optimista descansa, no en un corazón que se bambolea al ritmo de una balada buenista, sino en una inteligencia que se abre a la realidad tal y como es. Mirar con detenimiento el hacer de un profesor y de un estudiante del ande, por ejemplo, permite relevar las buenas maneras y la solidez en el vínculo, de los cuales se puede aprender y copiar. El “apagón educativo” no existe en nuestro país. Ciertamente, nuestra educación no refulge como el sol serrano, ni tiene el colorido de la selva; quizá se acompasa con el cielo gris que se aclara por temporadas y la garúa de Lima, que no se expande en chubasco. Aun así, si tan malo es su paisaje, ¿por qué Lima sigue creciendo y recibiendo migrantes? Será que valoran lo positivo.
Por último, libertad y autonomía institucional. Se ha retrocedido en el proceso de descentralizar la autoridad del gobierno central a las escuelas. Sin empoderamiento, la responsabilidad palidece. Se espera que todo sea resuelto desde las altas esferas.
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