Una defensa de la filosofía
Cuando se solicita que la filosofía regrese a las aulas, se está pidiendo algo más que sea un curso. A la par, se plantea que la formación crítica sea un eje fundamental de la experiencia educativa. Y, la filosofía, es la mejor forma de procesar ello. Es verdad que muchas veces se ha enseñado la filosofía como una práctica memorística en la que importaba más aprenderse los lemas de autores occidentales y, encima, era una acumulación épica de etapas y catálogos inmensos. Es decir, hubo un momento en la que la filosofía era un pretexto para establecer más bien una modorra del pensamiento y más era la preocupación por satisfacer una ruta burocrática totalmente contraria al espíritu mismo de la filosofía.
Sin embargo, a diferencia de la visión errada de la enseñanza de la filosofía meramente historicista o de autores legendarios como si fueran cumbres inamovibles, la versión más distorsionada es aquella que ha confundido filosofar con adoctrinamiento. Es decir, asumir que existen ideas absolutas como verdades eternas. Configurado ese endiosamiento, los seguidores de ese núcleo ideológico, se convierten en evangelizadores y, desde esa óptica autoritaria, distribuyen las legitimidades. Así, bajo una lógica punitiva y castigadora, atacan a aquellos que se no se allanan al autor de esa trama. Entonces, la filosofía se termina y aparece una fe, una religión con toda la parafernalia correspondiente. Y, claro, el despliegue de una maquinaria avasalladora de una secta ideologizada y que tiene comportamientos fanáticos. Cuando sucede un escenario de esa magnitud estamos ante el fin de cualquier propósito filosófico. Y, claro, es una de la más peligrosas para la sana convivencia ya que la intolerancia se convierte en una regla y en la mayoría de casos con una violencia inadmisible.
Pero varios autores han planteado que hay que hacer frente a los peligros a los cuales se ha contrapuesto la filosofía. Y eso significa refutar profundamente el sofisma de que existen ideas que no pueden ser cuestionadas. Hay que rebatirlas todas, incansablemente. Cualquier devoción o veneración en ciernes tiene que ser objetada. Los argumentos tienen que ser impugnados. Cualquiera que diga que ha encontrado la verdad universal, que tiene la fórmula perfecta para interpretar todo y, con esa plantilla, la única explicación para los fenómenos y las conductas humanas, entonces estamos ante una sumisión de las ideas que no se puede admitir. Así, la filosofía puede comenzar a recuperar parte de su naturaleza extremadamente crítica y que, parte de ella, se ha extraviado y hostilizado con aquellas posiciones de acatamiento y apologéticas.
Entonces, la filosofía es un dispositivo disolvente de idolatrías ideológicas, una forma en la que la humanidad en toda su historia ha podido defenderse de las tentaciones autoritarias. Por eso, filosofar no solo es un proceso de búsquedas epistemológicas sino, fundamentalmente, de ética. De ese modo tiene que entenderse el valor de la filosofía como una de las más hermosas y agudas maneras de procurar entender las cosas.
Por Rubén Quiroz Ávila
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