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Una oración por la paz

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Fecha Publicación: 18/10/2019 - 21:50
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Ayer salió, en su segundo recorrido y día central, la procesión del Señor de los Milagros o Cristo Morado por las calles de Lima, acompañada, como todos os años, de una multitud impresionante cargada de emotividad y mucho recogimiento. Se trata, sin duda, de uno de los acontecimientos religiosos de mayor trascendencia que concita la atención no sólo del mundo católico limeño, sino de peruanos que, por diversas razones y en otras épocas, se establecieron en otros países, fuera de nuestras fronteras.

En el país estamos pasando por momentos de mucha preocupación. No habíamos experimentado una crisis de la magnitud que vivimos, desde los 90; es decir, casi tres décadas. La población sobrelleva absorta esta situación. Hay angustia y temor ocultos en las personas, pensando en lo peor. Y no es para menos. De no resolverse cuanto antes, esta crisis puede generar consecuencias de mucho dolor en todo orden de cosas, afectando la economía, en primer lugar.

En circunstancias como ésta es cuando sale a relucir la fe de los peruanos, cualquiera sea su sino religioso o sus creencias personales. Se ha dicho, en lenguaje coloquial y tradicional, que la fe mueve montañas. Es cierto. Ella nos permite trascender al dolor, desplazarnos a las áreas de mayor optimismo en la necesidad de buscar nuevos caminos que nos liberen del problema. Nos permite aferrarnos a las mejores ideas de optimismo. Y, en este esfuerzo, nunca será la primera vez.

Al acompañar al Cristo Morado, sean devotos o no, la población se entrega en el pensamiento y el corazón a él, le reza, le eleva sus oraciones y entabla una relación muy íntima y profunda en la soledad de su silencio. En este momento es cuando la comunicación se traduce en ruegos, pedidos, alabanzas y, por qué no, reproches. Son sentimientos encontrados los que salen a flote, mientras la imagen avanza, con lentitud, por las calles de Lima.

La procesión del Señor de los Milagros es, en realidad, una fiesta popular y tradicional que fue creciendo a lo largo del tiempo. Recordemos que su lejano origen está en el siglo XVII cuando los negros de Angola, traídos al Perú, llegan a formar la Cofradía de Pachacamilla, levantando un lugar donde solían reunirse para su comunión religiosa. Y fue uno de ellos quien pintó en la pared esta hermosa efigie, cuya réplica en óleo es la que sale en recorrido. La sorprendente imagen quedó para la posteridad y se encuentra en el lugar que ahora se conoce como el Monasterio de las Nazarenas, que es también la casa del Señor de los Milagros en Lima.

Cuenta la historia que esta imagen, pintada en la pared, quedó en pie, resistiendo un fuerte sismo en 1655, en el que cayeron cientos de casas y mansiones, luego del cual la dejaron en abandono. Después de 15 años la encontró un poblador que sufría de una enfermedad maligna y la empezó a cuidar y venerar. Su curación la atribuyó al milagro de la imagen que cuidaba. Fue así cómo nació la historia del Cristo prodigioso, que fue alimentada, en el tiempo, con el testimonio de nuevos y más hechos milagrosos. Inicialmente, la Iglesia desaprobaba la adoración, hasta que, finalmente, cedió y dio pase durante la administración del virrey Don Pedro Antonio Fernández de Castro.

Hasta aquí la historia. Al paso de los siglos, la religiosidad limeña fue también en aumento. Y creció la fe en el Señor de Pachacamilla, como también se le conoce al Cristo Morado, por su origen. Se le atribuyen un sinnúmero de logros milagrosos. Ello explica, por ejemplo, la presencia de hombres y mujeres de todas las edades participando de la procesión en actitud de agradecimiento. Hay quienes, incluso, llevan, con mucho esfuerzo, a familiares en sillas de ruedas y con graves enfermedades, con la sola fe de encontrar mejora para sus males y mucha paz en su fuero interno. No es que ahora esperemos un milagro, pero sí deseamos con mucha fe y de todo corazón, que encontremos la paz y el camino de una convivencia sana y sin rencores en el país.

Juez Supremo