Vea usted, presidente Castillo
La pluma es más fuerte que la espada, presidente Castillo. Incluso que aquella quinta espada de abimael guzmán, su maestro, luz y guía. Porque al final, señor Castillo, sólo prevalece la historia.
Y las historias de los pueblos democráticos no se escriben con la sangre que derrama esa espada senderista, señor Castillo. Se escribe con la pluma de quienes van registrando los anales de la realidad. Desde sus inicios hasta el final.
Y en esa historia, señor Castillo, usted quedará retratado tal como lo que es: un maestro de primaria practicante del comunismo, que sirvió al genocida abimael guzmán dirigiendo el sindicato del fenate montado por el movadef, un brazo político de la secta terrorista sendero luminoso.
A través del fenate, señor Castillo, usted impulsó una torva huelga magisterial que le permitió saltar a la fama. A tal extremo que otro comunista, Vladimir Cerrón, le convocó para que lidere la plancha presidencial de su partido político, Perú Libre, agrupación ahora imputada por el Ministerio Público como organización criminal dedicada a lavar dinero en perjuicio del Estado.
Por si fuera poco, usando su privilegio como presidente del Perú, usted impuso como ministro de trabajo a otro comunista y pro senderista, como usted, para que, abusando de su posición, registre en la nómina de sindicatos autorizados por el Estado al gremio pro senderista que usted acaudillara.
Ahora usted ha pasado a mejor vida, señor Castillo. Preside una nación con un vasto y riquísimo legado histórico, al cual usted repudia. Cómo olvidar su petulancia del 28 de julio, cuando frente a invitados extranjeros -incluyendo al Rey de España, país del cual se origina el nombre y apellido que usted lleva- tuvo la arrogancia de manifestar su vil rechazo a la cultura occidental que, afortunadamente, trasladó a este continente gente que venía de una realidad mucho más cultivada, moderna y, sobre todo, democrática, que la verticalidad que practicaban las culturas de lo que hoy se conoce como América Latina.
Ese repudio que usted hizo patente se llama resentimiento social, presidente Castillo. Un complejo, que permite a los extremistas acumular poder manipulando a aquellas sociedades sin mayor educación. Como la nuestra, evidentemente, por culpa de profesores acomplejados como usted que han transmitido -y siguen haciéndolo- el odio de clases y la lucha racial como modo de vida.
Pero ignora usted, señor Castillo, que esa cultura venida del Viejo Mundo constituye la razón de ser de que usted ahora sea presidente de una nación democrática, con 32 millones de habitantes, que fuera capaz de figurar como una nación estrella ante el mundo, hasta esa fatídica llegada a la presidencia de otro iluminado como usted, llamado Ollanta. Vea, presidente Castillo.
Sin aquella transculturización que tanto repudia, hoy posiblemente usted sería un runa sometido a las sanguinarias huestes de esa dictadura vertical presidida por la realeza familiar exclusiva y excluyente de los Incas. Raza que impuso su voluntad con sangre, tortura y muerte, eliminando a todo aquel que se opusiera a sus mandatos totalitarios. Principios que repudia el mundo contemporáneo, señor Castillo.
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