Velasquismo capitalista
Ahora que Antauro quiere el sur y se apropia del velasquismo y hasta trata de neutralizar a la izquierda urdiendo alianzas, sirve referir que Velasco fracasó. Se crearon más de 200 empresas estatales que crearon un enorme déficit fiscal. 20 mil millones de dólares en pérdidas. La reforma agraria destruyó el campo (se importaban papas holandesas). Las cooperativas no funcionaron, pero empujaron a que millones tomaran el camino “burgués” de la urbanización costera y el emprendimiento en la ciudad.
Si alguno pretendiera usar a Velasco, la estrategia liberal debe ser comprender el fenómeno, no atacarlo. Sin empatía no hay política, y lo primero por comprender no es por qué surgen aspirantes extremos como Castillo y Antauro, sino por qué logran seguidores entre los pobres.
Quien lea a Flores Galindo y capture la sustancia de su Apogeo y crisis de la república aristocrática, sabrá que el Perú no construyó una república de ciudadanos, sino una jerarquía de castas dominantes y excluyentes, una que se instaló desde el XIX y subsistió hasta 1968. Leguía no destruyó la dominación, la erigió como un poder económico, quitándole solo el poder político.
Pease decía que la oligarquía murió con Velasco, que aplicó un corporativismo nacionalista tan brutal como sus edificios babilónicos. Según Cotler, el corporativismo segmenta a las clases y les impone reglas de inclusión. Lo que Velasco no llegó a ver es que la suya fue “una revolución liberal burguesa diferida”, no solo quebró a la oligarquía excluyente, sino a sus propias bases sociales. Abrió el camino para los burgueses emergentes. Sin proponérselo, sentó las bases del futuro capitalismo popular.
Las migraciones transformaron la ciudad, hicieron del antiguo comunero un emprendedor y un creador de ciudades desde la estera y el arenal. El Perú devino de una sociedad agraria semifeudal a una urbana capitalista gracias al fracaso velasquista. Ya no se puede revertir la historia y precarizar a los descendientes de aquellos que cambiaron la pala por la bodega o el arado por el restaurant.
El tema no es romper cadenas, sino facilitar la creación de negocios y dar el canon a las familias productivas del campo. Los Añaños desde un garaje en Ayacucho hoy dominan el mundo con sus bebidas. Esa debe ser la reforma del siglo XXI: miles de Añaños exportando desde Chancay y Corío, y miles de “Gamarras” en las ciudades. Esto es, poner el futuro por delante y no por detrás.
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