Vergonzosa estadística criminal en Perú
Es evidente que la criminalidad ha desbordado al régimen de Dina Boluarte. También es cierto que el origen de esta maldición empezó antes; patrocinado por el funesto régimen de Pedro Pablo Kuczynski, quien, por quedar frente al mundo como adalid de los derechos humanos, abrió de par en par las puertas del Perú para que ingresen —se estima que no menos de— un millón de venezolanos; en su gran mayoría asesinos de alto nivel, seleccionados por el impresentable Maduro. Estos últimos sátrapas venían de las cárceles venezolanas, de donde fueron liberados intencionalmente para enviarlos a nuestro país, con algunas familias decentes desesperadas por la terrible crisis que hace dos décadas afecta a ese deshecho país. Si viviese Vargas Llosa, habría precisado cuándo —exactamente— se jodió el Perú.
Desde entonces ha transcurrido casi una década, durante la cual la metamorfosis de nuestra nación ha sufrido un daño colosal. No solamente porque esa súbita inmigración extranjera restó posibilidades de empleo y apoyo social del Estado —que tuvo que derivar recursos para atender esta coyuntura—, sino que la informalidad en el trabajo y la invasión de calles y plazas —en Lima y diferentes ciudades del interior— aumentó de forma súbita y numerosa. ¡Hubo, desde entonces, un millón de pobladores adicionales que atender, y este país no estaba preparado para hacerlo!
Surge inmediatamente un grave incremento de la —ya por entonces— preocupante delincuencia nacional, estimándose que a lo largo del primer año de la “cortesía” de Kuczynski ingresó otro medio millón de malandrines venezolanos, y quizá otro tanto los años siguientes. Con el agregado de que esos malhechores venían premunidos del mortífero adoctrinamiento de grandes bandas dirigidas por forajidos de extrema sevicia, como los integrantes de la banda “Tren de Aragua”, entre otras feroces organizaciones. Allí se institucionaliza, también, la modalidad de extorsión, acompañada por una secuela de muertes, cada cual más cruel e inhumana que la anterior. Nace así una organización gansteril cruelmente profesionalizada, capaz de infundir suficiente temor —pánico, más bien— entre la ciudadanía, garantizando el éxito a aquella pérfida modalidad de la extorsión.
Según la publicación especializada Numbeo (cuyas estadísticas eventualmente aparecen en Forbes, BBC, Time, HuffPost, etc.), Venezuela es hoy el país con mayor índice (80.7) de criminalidad en el mundo. Sin embargo, Perú no está lejos: ocupa un privilegiado décimo lugar, con un respetable 67.12 % de criminalidad a sus espaldas; encima de Bolivia (65 %), con puesto quince; o Nicaragua (50.75 %), puesto 53.
No hace falta, sin embargo, recurrir a información extranjera. Los peruanos lo vivimos cada día a través de los medios que reflejan la dificilísima realidad en que nos encontramos. El número de muertes aumenta cotidianamente; peor aún, el extremo de crueldad que emplean estos asesinos sobrepasa largamente lo que usted pueda ver en cualquier película de terror.
Sin embargo, la izquierda peruana no reclama porque forma parte de esa organización criminal latinoamericana que manejan Cuba, Venezuela y Nicaragua, obsesionada por mantener en vilo a países como el nuestro a través del crimen disfrazado de miseria.
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