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Vicente de Paúl, el santo de la caridad universal

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Fecha Publicación: 26/09/2024 - 22:10
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El 27 de septiembre de 1660, como hoy, hace 364 años falleció San Vicente de Paúl (1581-1660), el santo que ha expresado en la historia de la Iglesia Católica el mayor imaginario religioso de la virtud de la caridad, volviéndola global y trascendente, y con su obra en Francia, y luego en otros lugares del mundo, de enorme impacto en la política internacional de su época. La Congregación de la Misión de Padres Vicentinos, que fundara este emblemático santo francés en 1617 –que ya pasó los 400 años de creación–, llevó adelante la tarea de la evangelización de los pobres y, entre éstos, de los más pobres. No existe, a mi juicio, ninguna figura de la Iglesia, en sus más de 2000 años de existencia, que tenga mayores reportes en su tarea totalizadora y ecuménica por los más necesitados como la que llevaron adelante San Vicente y los sacerdotes que lo acompañaron a lo largo de su vida al servicio de los pobres, salvo en el siglo XX, Santa Teresa de Calcuta, que dio paso a la Congregación de las Misioneras de la Caridad en 1950. Ese mismo año de 1617, Vicente también fundó las Damas de la Caridad y, en 1633, a las emblemáticas Hijas de la Caridad con Santa Luisa de Marillac (1591-1660) –entrado el siglo XIX, usaban unas tocas denominadas cornettes, una suerte de alas o cuernos (cornes en francés) sobre la cabeza, que se pueden apreciar en el afamado cuadro pintado por Henriette Browne en 1859–, luego de la muerte de Margarita Naseau, víctima de una peste que asoló París y gran parte de Francia en el siglo XVII. Los vicentinos han prodigado su obra por el mundo entero. En 1858 llegaron al Perú –gobernaba el mariscal Ramón Castilla en su segundo mandato– los tres primeros misioneros y con ellos 45 Hijas de la Caridad. Crecieron tanto que, un siglo después, en 1955, fue creada la Provincia Peruana. Como gran parte de la acción de la Iglesia, los vicentinos han llevado su misión hacia la obra educativa, hallándose en Surquillo (Lima), Ica, Tarma y Chiclayo. Los tengo en mi retina y en mi vida desde que era monaguillo y luego catequista en la Parroquia de San Vicente de Paúl de Surquillo, donde crecí, aprendiendo junto a entrañables amigos comprometidos de mi generación –eran los años 80–, de su carisma, siempre teniendo a los pobres y a los que menos tienen como el centro de nuestra mayor atención. Su obra silenciosa es extraordinaria y hay que resaltarla. Se los ve en los asilos y en los hospitales, como practicaba San Vicente, confundido entre los enfermos de París, dándoles el aliento de Dios. Mi homenaje a la Provincia Peruana, y especialmente, a los sacerdotes que tuve por formadores en mi parroquia de Surquillo –quisiera traer a estas líneas al P. Emiliano Rodrigo Conde, a quien quise como un padre, que cada vez que paso por la Av. Angamos, señalando el frontis del templo para la mirada de mis hijas, doy gracias a Dios por el privilegio de crecer bajo el manto de su formación religiosa y humanística, perfectos complementos de la que recibí de mis padres.

(*) Excanciller del Perú e Internacionalista

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