Viernes Santo
La población sufre y clama por una paz que no alcanza, por una reconciliación que necesita, pero para cuyo logro se muestra remolona, sin esfuerzo sincero para que se cristalice.
Una ojeada a los diarios o a las noticias que ofrecen la radio y la TV, evidencia que un alto porcentaje son el fiel reflejo, patético, dramático, de hechos que afectan al hombre, que arrinconan a la sociedad en un callejón cuya salida parece tapiada, sin resquicio visible.
Resulta paradójico que el causante del sufrimiento es el mismo protagonista y víctima: el hombre. Lo absurdo es que la mayoría de los casos tiene conciencia de lo que hace. Actúa con toda la facilidad de ser libre para escoger entre lo bueno y lo malo. La decisión que toma –de hacer o no hacer– depende de su voluntad. Si ésta flaquea y se torna débil, proclive a lo que daña y no a lo que representa bondad, se actúa fuera de lo normal.
El motor que determina e impulsa la actividad humana se encuentra en el fondo del psiquismo, el cual crea una necesidad –a veces ficticia– cuya exigencia de satisfacción sobrepasa los límites normales. Esto incita a la ansiedad y suele precipitar hacia a lo indebido.
Son necesidades excitadas sobredimensionadas respecto a la riqueza, el poder, el predominio. Estudiar esta tendencia humana nos lleva hasta los albores de la antropología y a las fuentes primigenias del Derecho, como menester para regular la vida individual y social respecto a la justicia, meta suprema de equidad y orden, intentar abrir páginas acaso no escritas sobre esa incógnita permanente que es el hombre conduce a encontrar la causa última de la desazón del ser, lo cual no es de hoy, sino de siempre. Continúa siendo una peligrosa constante que opaca la existencia del sujeto y de su entorno, tanto más amplio cuanto mayor sea aquella causa.
¿Y cuál puede ser –o es– esa causa a la que se le achaca el desconcierto, el desorden, el desequilibrio que compromete tanto la parte espiritual como la material hasta producir angustia y empujar al absurdo?
Tal vez –con buena voluntad– la encontraremos en el alejamiento creciente de los principios y valores que orientan la vida. Si hurgamos hasta la entraña de la sinrazón de muchos hechos hallamos algo dentro del propio yo, que turbado, busca lo que tiene, pero no lo ve…
El hombre entonces deambula persiguiéndose a sí mismo en pos de la paz que no podrá alcanzar si antes ella no está en él, en su propia conciencia; en la tranquilidad de su pensamiento, en el orden que no existe fuera de lo moral, de lo ético, de lo debido, del difícil pero imprescindible deber ser. Y sobre todo, de la íntima comunión con el Hacedor de todo lo creado, hontanar, venero de la existencia y del sosiego que tanto falta en las relaciones humanas a nivel individual, social, de Estados y naciones.
Reflexionemos con lo acontecido en las últimas 48 horas.