Vizcarra 2020
Reviso las columnas que EXPRESO, generosamente, me ha permitido publicar a lo largo del 2019 (lo ha hecho desde hace 14 años, gracias a la convocatoria de Lucho García-Miró). Singularizo las dedicadas al jefe del Estado Martín Vizcarra para contrastar evaluaciones y pronósticos. Concluyo que, como todo análisis donde la realidad tiene la última palabra, incurrí en errores por aferrarme a premisas falsas y acerté en definiciones que el ejercicio periodístico de 40 años alienta de manera inexorable.
Error garrafal: creer que el gobierno y el Congreso lograrían un entendimiento. Que sobre todo la mayoría del Legislativo otorgaría otra lectura a ese proceso político anormal del país donde tanto Pedro Pablo Kuczynski como su sucesor resultaban la presa de poderes fácticos pacientemente empoderados en organizaciones no gubernamentales, sociales, educativas y culturales, áreas mediáticas y judiciales, que desde los tiempos de Alejandro Toledo y Ollanta Humala se las arreglan para influir en las principales decisiones públicas.
Frente a la hostilidad arrogante de esa mayoría (resquebrajada además por el ajuste fratricida entre Keiko y Kenyi Fujimori), y ante su propia orfandad política, Vizcarra se entregó a los brazos de los poderes fácticos acogiendo el 2019 su máxima recomendación: disolver el Congreso. Así elevó otra vez la curva de popularidad a su favor, único termómetro que lo sostiene y le importa.
Sin embargo, distingo los aciertos en haber evidenciado el núcleo demagogo y mediocre de la gestión gubernamental de Vizcarra. Ya a principios de enero alerté el desaguisado de “declarar” en emergencia el Ministerio Público (debido al tremendo error de Pedro Chávarry de destituir a los fiscales José Pérez y Rafal Vela) y pocas semanas después el de anunciar un aumento en los sueldos de los alcaldes del país. Medidas absurdas e inconstitucionales que nunca prosperaron.
A esto se ha sumado una serie de actos que constituyen un rosario de mentiras (colegios “concluidos” y no “construidos”), intromisiones (la jalada de alfombra a la Sunass en la fijación de las tarifas de agua en Moquegua), baja ejecución presupuestal (apenas 54%) y un largo etcétera por los cuales el año cierra con un crecimiento paupérrimo del PBI de 2.2 %, el más bajo en los últimos 10 años según el siempre optimista presidente del BCR Julio Velarde.
Ese ha sido Vizcarra 2019 que, estimo, será el mismo del 2020. No tiene forma cómo superar su medianía y adicción al fácil aplauso de las tribunas. Según la conformación del Parlamento luego de las elecciones del 26 de enero, se las arreglará para suscitar una imagen paternal sobre él mismo y pretenderá hacer suyo el efecto rebote de la economía. Pero la demagogia seguirá siendo su divisa.