Vizcarra nos robó este país
La desvergüenza del miserable Vizcarra, vacunándose por tercera vez en forma gratuita -es decir, pagada por usted, amable lector- ha traspasado todo límite de decencia. En esta oportunidad Vizcarra, acusado por la Justicia de corrupto, no sólo se hizo aplicar una tercera dosis anti Covid marca Pfizer, en lugar del antídoto chino Sinopharm que anunció comprar y jamás lo hizo, porque sabía que no tiene respaldo científico sobre su efectividad. Hoy Vizcarra aparece mostrando no sólo su carota sino fotografiándose rodeado de algún club de fans del sistema nacional de Salud. Gente que, como vemos con incredulidad, en vez de repudiar a este tipejo abyecto que se inoculara de manera secreta antes que ellos –quienes a diario permanecen en la primera fila del riesgo de muerte- parecieran sentir satisfacción por retratarse con este canalla.
Vizcarra es el paradigma de la vileza desde que entrase al Estado como gobernador de Moquegua; continuó como vicepresidente de un imperdonable Kuczynski; traicionó a quien lo había elevado a ese rango; y ya como pérfido gobernante del país, en plena crisis sanitaria no movió un dedo por la salud del pueblo, al que abandonó negándose a provisionarlo de pruebas moleculares, plantas de oxígeno, camas UCI, respiradores; y, finalmente, de esa vacuna que tanto pregonó haberla comprado en abril de 2020. Vacuna que recién empezó a llegar en diciembre 2000, luego de su defenestración. A Vizcarra no le dio la gana de hacerlo. Viendo en pespectiva, la lógica es que Vizcarra ya tenía el ojo puesto en las elecciones 2021 como su tabla de salvación; la vio como conocedor de sus actos de corrupción suyos que desde 2010 investigaba la Fiscalía, por haber estafado al Estado como gobernador regional. Diabólicamente ejecutaría su estrategia entregándole a la izquierda la ventaja de un país indignado tras la secuela de muerte, dolor, miseria, desempleo, desesperación, angustia y caos que acarreaba haberlo dejado sin la más elemental atención médica; abatido por una realidad tan escabrosa como aquella que llevó al Perú a alcanzar el récord mundial de muertes por habitante. La izquierda entendió el mensaje. El triunfo lo tendría asegurado. Bastaba presentarse como opción salvadora apelando a su verborrea vengativa, preñada de falacias, culpando de todos los males del país a los opositores de Vizcarra –“apristas, fujimoristas, derechistas, ultraderechistas, etc.”-. Aparte, la izquierda usaría a Vizcarra como operador y titiritero de un Estado moldeado a su medida, después del golpe que perpetró para monopolizar el poder Vizcarra sustituyó al Consejo de la Magistratura por la Junta Nacional de Justicia, desde donde Vizcarra controlaba el Estado digitando a jueces, fiscales y, paralelamente, al presidente del Jurado Nacional de Elecciones.
La habilidad de Vizcarra ha consistido en que, mientras desgobernaba y abandonaba al país -desabasteciéndolo de elementos indispensables para afrontar una pandemia colosal- se exhibía como un sacrificado presidente que bregaba mañana, tarde, noche y madrugada contra unas imaginarias fuerzas del mal. Además de exhibirse como el abanderado de una inexistente guerra contra la corrupción. En otras palabras, como la antítesis de su verdadera personalidad.
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