Vizcarra, pelele del marxismo
El divorcio de este gobernante con el sector privado es ostensible. No hay diálogo. Es más. Lo ha marginado en todo lo que tenga que ver con esta batalla del país contra el coronavirus. El presidente desertor –traicionó a los votantes de la plancha presidencial que integró, entregándose a la progresía marxista por mero oportunismo político– no ha convocado al sector privado –como sí ocurrió en Ecuador, por ejemplo– para ver en conjunto medidas de alivio, tanto social como económico, ante la extraordinaria crisis general que recién empieza, y no tiene horizonte de solución aún en el mediano plazo. Pero si esto bastase para demostrar la genética antiempresarial de Vizcarra, de por sí sería un síntoma muy preocupante y destructivo para el futuro del país. No obstante, este ingeniero tiene unos pactos torvos con la zurda, que son muy mortificantes para esta nación que mayoritariamente vota por el centroderecha. Por ejemplo, el manejo de Vizcarra sobre sectores estratégicos como Educación. Ahí se forma nuestra niñez y juventud en función de fundamentos tradicionales forjados sobre nuestra verdadera historia; no aquellas historietas elaboradas desde patentes politiqueras con propósitos inconfesables.
Aquello revela su apoyo incondicional a temas relacionados a esa biblia roja llamada comisión de la verdad: mamotreto que elaboró la izquierda para derrotar políticamente al Estado, tras resultar siendo vencedor luego de sofocar la sanguinaria insurrección terrorista y apresar a toda su dirigencia. Precisamente lo opuesto a lo que enseñan los textos escolares elaborados por comisiones nombradas por izquierdistas profesionales que, como la gota de agua que orada la piedra, perseveran en contarles una crónica ex profesamente falsa a los escolares –ya los universitarios– narrada en base a esa artimaña marxista de la comisión de la verdad: no fueron terroristas sino luchadores sociales, dice la izquierda, quienes se levantaron en armas para pulverizar a una sociedad opresora llamada Estado peruano, que usaba a la Fuerza Armada y la Policía como entes para sojuzgar a un pueblo agobiado, humillado y avasallado por la clase dominante. Es decir, los senderistas y emerretistas fueron valientes robin hoods que salvaron del exterminio a los peruanos oprimidos. Bajo esta filosofía, la izquierda reescribió la historia convirtiendo en víctimas a los terroristas y victimarios a ustedes, amigos lectores, integrantes de un Estado –presuntamente esclavizante– que elucubró la zurda en esa parodia llamada informe de la comisión de la verdad, para justificar su venganza contra el centroderecha que la derrotara con la Constitución y la ley.
Pero Vizcarra también maneja otro departamento para consolidar la visión del progre-marxismo. Nos referimos al ministerio de Cultura. Todo un antro plagado de corrupción que malversa el dinero del contribuyente para sembrar cizaña y demoler la voluntad de los votantes de conservar una sociedad occidental; no comunista. Resulta que, entre muchísimas otras trampas perpetradas por el ocasional ministro o ministra de Cultura –incluso en plena crisis nacional, como está comprobado– han dispendiado fondos sin explicación alguna para auspiciar un documental que ensalza la figura de un terrorista llamado Hugo Blanco, asesino y torturador de policías.