A Vizcarra se le acabó la cuerda
Vivimos tiempos sencillamente alienantes, donde la agenda anticorrupción ha logrado secuestrar el programa nacional volcándolo hacia el affaire Lava, y desatendiendo los verdaderos problemas que aquejan a este país y afectan la vida diaria de su sociedad. Gran parte de la culpa la tiene el mandatario Vizcarra, quien utiliza esta muletilla como suerte de elixir de la plenitud para atornillarse a la aventura del politiquero regional quien, de manera accidental, aunque maquiavélica, manipuló a sus ahora archienemigos para que le permitiesen asumir las riendas del gobierno nacional. Vizcarra lleva ya dos años sin gobernar. Y este país se encuentra en una situación cada vez más grave en lo que respecta a Inseguridad Ciudadana, Salubridad y Educación Pública, Reconstrucción del desastre causado por el Niño 2018, Creciente Informalidad y, sin la menor duda, por la galopante Ralentización Económica. Ello al margen del resquebrajamiento de los pilares de la democracia como consecuencia del inconstitucional cierre del Congreso. Y semejante abandono no tiene otra explicación que la incapacidad de Vizcarra como gobernante quien, eso sí, ha demostrado ser un operador político con todas las mañas del cacique provincial.
Vizcarra se ha autocoronado el zar anticorrupción, mientras su gobierno ha resultado no solo incapaz para enfrentar sus responsabilidades, sino que motivado por sus habilidades como politiquero de polendas, decidió abocar su actuación colocándose al frente de esa lucha anticorrupción sin tener un plan, una estrategia ni mucho menos condiciones para hacerlo. Es más, Vizcarra carga con un lastre sumamente complicado por haberse convertido en patriarca de dos fiscales cuya trayectoria revela simpatías más ligadas a la corrupción que a lo opuesto. Por ejemplo, el caso Odebrecht representa un hito nefasto en lo que a lucha anticorrupción se refiere. La razón no es otra que aquel pacto secreto suscrito por los fiscales Vela Barba y Pérez Gómez con la constructora brasileña, a la cual se le ha concedido no solo beneficios sino verdaderas prebendas, mientras que de manera infame ese pacto ha diezmado los intereses del país, como día a día venimos conociendo. ¡Como lo anticipáramos algunos!
Pero hoy el pueblo entiende que repetir el eslogan anticorrupción no es razón suficiente para asegurarle a Vizcarra su futuro en palacio. Peor aún si a cuatro años de destapado el affaire Lava Jato (dos de los cuales estuvieron a cargo de PPK, socio de Vizcarra en la plancha presidencial electa en 2016, y dos directamente bajo su responsabilidad), la lucha anticorrupción continúa siendo más bien un lema, antes que una realidad.
Pero ni de pan vive el hombre ni de mentiras sobrevive un gobierno. Todo tiene un límite. Y Vizcarra ha traspasado este umbral. La ciudadanía está justificadamente descontenta y hastiada por la desidia de este gobernante que siempre le endosaba la culpa de su incapacidad a la “oposición obstruccionista” del fujimorismo. Hoy con Keiko encarcelada y su partido diezmado en unas elecciones abracadabrantes, a Vizcarra se le acabó la cuerda. Pronto veremos calles anegadas de manifestantes protestando por las graves carencias que soportan las grandes mayorías.