Vizcarra y Sagasti, al banquillo
Según un censo de la OMS, hasta el viernes 2 la cifra global de contagios por covid ascendía a 127.8 millones; la de los fallecidos a 2.8 millones. Vale decir, un 0.45% de muertos respecto a la cifra de contagiados. Latinoamérica tiene 55.7 millones de contagios y 1.34 millones de muertes, lo que significa 0.41% de fallecidos por contagiado. Perú no cuenta con una estadística segura. Aunque, extraoficialmente, se sabe que los contagiados superan 1’600,000, y que los fallecidos van por encima de 120,000.
Ello arroja un 1.33% de fallecidos por número de contagios. Es decir, más del triple de los porcentajes indicados por ambas estadísticas, mundial y continental. Todo un récord negro, que retrata de cuerpo entero al miserable Vizcarra y al empírico Sagasti como los artífices de una masacre nacional, ambos pasibles de ser procesados por lesa humanidad.
La primera ola de contagios masivos arrancó hace poco menos de un año, estando Vizcarra muy al tanto de lo que ya había empezado a ocurrir en Europa por esa misma razón. La ciudadanía era presa de un virus letal que obligaba a los hospitales a contar con plantas de oxigeno para atenuar las agonías y con suerte evitar muertes; asimismo necesitaban respiradores mecánicos, camas UCI, etc.
Al margen, claro está, de que las autoridades impusiesen el uso obligatorio de pruebas moleculares para establecer un férreo cordón sanitario –con cuarentena forzosa para los que diesen positivo– a efectos de evitar en lo posible que los contagiados propaguen la covid-19. Bueno, Vizcarra jamás compró pruebas moleculares. Compró las inservibles serológicas o rápidas, que sirven para nada; aunque por ellas pagaría precios siderales.
Tampoco compró plantas de oxígeno, respiradores, camas UCI, etc. Vizcarra estaba en otra. Su mirada la tenía puesta en la politiquería. En promover la pendencia entre peruanos. En destruir las honras de los opositores. En trapichear con la Fiscalía de la Nación –y con algunos jueces– para “arreglar” los expedientes que confirmaban las corruptelas que había pactado a su paso por la gobernación moqueguana.
Y, por supuesto, estaba concentrado en favorecer a esa manada de Richard “swings” que venía colocando en todas las reparticiones estatales. En otras palabras, Vizcarra abandono a toda la sociedad, con las consecuencias que, estadísticamente, ahora estamos comprobando. Sagasti, por su parte, hizo lo mismo al filo de la segunda ola. Se dedicó a defender al vacado Vizcarra, atacando al presidente interino Manuel Merino.
Taimadamente ensamblaría su designación para reemplazarlo. Sagasti asimismo promovió violentas marchas de “protesta” callejoneras contra el “Congreso golpista”. Ese Legislativo que, finalmente, lo nombró su presidente para encargarle después, en forma transitoria, la jefatura del Estado.
No le importó a Sagasti exponer a decenas de miles de jóvenes a la covid, con tal de llenar las calles para inflarse el pecho reclamando una popularidad falsaria. Ni tampoco le interesó equipar los hospitales públicos con el instrumental que, sabía, les urgía. El corolario de ambos aventureros es esta tragedia que aflige a millones de ciudadanos engañados. Por si fuera poco, entre ambos quebraron económicamente al país.